Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

jueves, 14 de enero de 2010

Matías Pérez: El hombre que no se olvida

Por MAYKEL REYES LEYVA


Pocas veces la mala suerte inmortaliza el nombre de un personaje. Eso pasó con Matías Pérez, célebre aeronauta que desapareció para siempre en los cielos de Cuba. Su historia, brevísima y narrada en el libro Contribución a la historia de la aeronáutica y el correo aéreo en Cuba, de Tomás Terry, sobrevive al paso del tiempo y justo en estos días se conmemora un aniversario más de su audaz aventura.

Muchos han sido los hombres alrededor del mundo que —intentando imitar el vuelo de las aves— arriesgaron la vida, guiados más por el afán de notoriedad y dinero que por un esfuerzo científico. En Cuba la situación no fue muy diferente. Los globos aerostáticos comenzaron a ser conocidos hacia el año 1796. De hecho, a mediados del siglo XIX las ascensiones en globo se pusieron en boga, convirtiéndose cada ascensión en un espectáculo de entretenimiento.

Todo indica que el primer aeronauta de Cuba fue el francés proveniente de Nueva Orleans Eugenio Robertson. El 19 de marzo de 1829 se elevó en un globo aerostático desde la Plaza de Armas de La Habana, cercana al Castillo de la Real Fuerza y que se estima existía desde 1577. Su ascensión formaba parte del programa de festejos destinado a la inauguración del Templete, pequeño edificio de estilo neoclásico, por lo que no resultaba rara la presencia del Gobernador don Francisco Dionisio Vives.

Aunque las fiestas duraron tres días, desde el 18 hasta el 21, fue el 19, en horas de la tarde, cuando el globo del francés se elevó. Fue a caer horas después en un potrero cerca de Nazareno, un pueblito de apenas veinte casas alejado de la ciudad. Con aquel show Robertson consiguió reunir la nada despreciable cifra de 15 000 pesos. Quizás haya sido este el motivo por el cual otros decidieron imitar su heroicidad.

En 1830, otro extranjero residente en la Isla, el francés Adolfo Theodore, realizó tres ascensiones. Le siguió el cubano José Domingo Blinó, quien realizó una primera ascensión el 3 de mayo de 1831 y una segunda en 1833. Era Blinó un sujeto ingenioso, que supo construir él mismo su propio globo y preparó el gas hidrógeno para inflarlo. Cuentan que durante su primer vuelo, iniciado en la plaza de toros del Campo de Marte (donde actualmente se encuentra erigido el Capitolio de La Habana) a las seis y cuarto de la tarde, lo sorprendió una tormenta y el globo se perdió de vista. Los testigos aseguraban que el viento lo había llevado hasta La Florida. Pero pronto El Diario de La Habana dio a conocer que en realidad había caído mucho más cerca, en un potrero de Quiebra Hacha, a una legua al suroeste de Mariel.

Las ascensiones en globo se hicieron cosa común en aquellos tiempos. La lista se hace monótona: el norteamericano Hugo Parker el 10 de julio de 1842; el estadounidense William Paullin el 27 de abril de 1845; y el también francés Victor Verdalle en febrero de 1850. Relevante fue el caso de Eugenio Godard, quien realizó varias ascensiones con bastante éxito.

El 22 de marzo de 1856, también desde el Campo de Marte, el excéntrico Boudrias de Morat, partió en su globo en busca de renombre.

Pero aunque todos arriesgaban su vida, sólo uno de estos intrépidos aeronautas pasaría a la historia como el más famoso de los aventureros cubanos.

En realidad, no era cubano. Era portugués, pero con el tiempo había terminado aplatanándose en la Isla. Poseía un taller de toldos en la calle Neptuno. Le conocían por El Rey de los Toldos, ya que su habilidad en esa industria era notoria. Su nombre: Matías Pérez. Resultó ser un estudioso y un amante empedernido a la aeronáutica. Dicen que devoraba las publicaciones europeas sobre el tema y que tenía en su poder todo el material que al respecto había escrito Leonardo Da Vinci. Asistía a las tandas que Godard daba en el teatro Tacón y donde ofrecía charlas sobre el arte de volar. Matías Pérez anotaba cuidadosamente sus explicaciones y tampoco se perdía los vuelos de Godard, llegando a relacionarse con él. Su globo, llamado La Villa de París, se lo había comprado Matías a Godard por el precio de 1 200 duros.

El 12 de junio de 1856 el pueblo habanero se reunió en el mismo sitio para decirle adiós al portugués. Su globo tuvo buenos vientos y fue a descender en una zona conocida como Filtros del Husillo, como a dos millas del Cerro. Pocos días después, obtuvo un permiso del general Concha para llevar a cabo una segunda ascensión, fijada para el 28 de junio, pero transferida después para la mañana del 29. Pasadas las siete de la noche, aún no se había elevado. Según los periódicos de la época, se observaba en Matías Pérez y en quienes lo acompañaban ciertas dudas relacionadas con el estado del tiempo, que no era favorable. Por fin, lo vieron volar por sobre el Paseo del Prado y cómo el viento lo arrastró hacia el mar, haciéndolo desaparecer tras las nubes. Nunca más se supo de él.

Aunque se llevó a cabo una meticulosa investigación en Pinar del Río, La Habana y Matanzas, Matías Pérez nunca apareció. Todas las diligencias resultaron fallidas. Algunos años después, en unos cayos próximos, se encontraron accidentalmente los restos de un globo aerostático, pero jamás llegó a saberse si se trataba de La Villa de París.

Desde entonces hasta la fecha, muchas han sido las teorías que intentan explicar su desaparición. La más sencilla (que cayó en el mar y murió ahogado) convive con la más disparatada (que fue abducido por los extraterrestres).

Lo curioso es que, mientras algunos con mejor suerte han caído en el olvido, fue el portugués con su negro destino quien pasó a la posteridad. Hoy, cuando alguien se va y dejamos de tener noticias suyas, lo más común es escuchar una frase que perpetúa para siempre el nombre del héroe: “Voló como Matías Pérez”.

Evolución vs. Creación

Por MAYKEL REYES LEYVA


El 2009 no es un año cualquiera. Este 12 de febrero celebramos el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, el biólogo británico que cambió para siempre la concepción de nuestra propia existencia y de todas aquellas criaturas que nos rodean.

Después de graduarse en la Universidad de Cambridge, en 1831, Charles Robert Darwin (1809-1882) se embarcó como naturalista para emprender una expedición alrededor del mundo que duraría cinco años. Durante el viaje tuvo oportunidad de estudiar las aguas costeras, medir profundidades e indicar las grandes corrientes oceánicas. Solía abandonar el barco con cierta frecuencia para realizar largas expediciones por tierra y recolectar una enorme cantidad de especimenes.

La travesía sirvió para comprender que era la separación geográfica y las distintas condiciones de vida, la causa de que las poblaciones variaran independientes unas de otras. Así quedaron sentadas las bases de la moderna teoría de la evolución, al plantear el concepto de evolución de las especies a través de un lento proceso de selección natural.

La teoría del evolucionismo no sólo habría de convertir en una celebridad a Charles Darwin, también habría de entrar en contradicción con la teoría del creacionismo que hasta entonces se consideraba como la “versión oficial” del surgimiento de las especies, según la cual la Tierra y cada ser vivo que existe en la actualidad proviene de un acto de creación por un ser divino, debido a un propósito igual de celestial.

El vertiginoso éxito de la teoría de Darwin promovió la reacción adversa de las iglesias cristianas. También reaccionaron, pero positivamente, algunos de los científicos más notables de la época, quienes veían en el darwinismo un importante fundamento para el materialismo filosófico, algo así como una puerta abierta a la refutación de la existencia de Dios. El propio Darwin usó en su correspondencia el término creacionistas para referirse a sus opositores.

El principal problema que durante siglos se ha planteado, es determinar cuál de las dos teorías sería la correcta, pues ninguna de ellas presenta ideas que sean del todo claras y que se conozcan con certeza. De ahí que surjan discusiones sobre cuál es más posible o tiene más pruebas, a pesar de que la ciencia ha adoptado oficialmente la teoría del evolucionismo, que nos enseña que todos los seres vivos de la Tierra han divergido, por descendencia directa, a partir de un origen único que existió hace más de 3 000 millones de años.

Por ende, nuestra propia especie se desarrolló durante los últimos millones de años dentro del grupo de los monos africanos, gracias a un rápido e importante esfuerzo evolutivo. La evidencia molecular sugiere que nuestro último antecesor común con los chimpancés y gorilas vivió hace menos de cinco millones de años.

La evolución quedó establecida como un hecho, no por haber triunfado en los debates entre filósofos o lógicos de gabinete, sino porque unificó miles de observaciones dispares realizadas por anatomistas comparativos, naturalistas de campo, geólogos, paleontólogos, botánicos y (posteriormente) genetistas y bioquímicos. Sin el concepto inclusivo de un mundo en cambio a lo largo de inmensidades de tiempo, no existiría lo que consideramos la ciencia moderna.

El misterio de los sueños

Por MAYKEL REYES LEYVA


Cuentan que el famoso físico alemán Albert Einstein, cansado de sacar cuentas en un pizarrón, se acostó a descansar un poco y que, cuando despertó, ya tenía en la mente la fórmula de la Relatividad.

Algo semejante ocurrió con el escritor Robert Louis Stevenson, quien soñó el argumento de El Misterioso Caso del Dr. Jekill y Mister Hyde, y al despertar, se sentó y lo escribió.

Para el siquiatra austriaco Sigmund Freud (1856-1939), el sueño satisfacía a través de la imaginación, aquellos deseos instintivos que habíamos tenido durante la infancia, pero que se conservan registrados en nuestro inconsciente. La idea que tenemos de algo o de alguien, es sustituida por otra imagen que suele ser representada de modo distinto. A este fenómeno Freud lo bautizó “desplazamiento”. Para él, logrando interpretar los sueños, podían eliminarse las represiones que llevábamos dentro, acabando de este modo con todos los problemas.

Sin embargo, Carl Jung (1875-1961), un famoso siquiatra suizo, le restaba importancia a los deseos infantiles como formadores de nuestro inconsciente. Llama “sincronicidad” a la coincidencia valedera de dos o más hechos donde pudiera intervenir el azar. Para Jung, los sueños tenían sus orígenes en el inconsciente colectivo, y aunque fuésemos capaces de acabar con todas las represiones, seguiríamos teniendo sueños y fantasías.

Distinto a lo que pensaba Jung, Freud aseguraba que los sueños poseían símbolos de significados fijos. Gracias a ello, muchas personas creen poder interpretar los sueños a partir de determinados detalles.

Por ejemplo, si se sueña con colores quiere decir que en nuestra vida se están produciendo acontecimientos significativos. Así, el amarillo simboliza la paz que el espíritu desea para encontrar bienestar. El azul es el color de la virtud y la verdad. El blanco, es la máxima pureza, el dar sin pedir nada a cambio. El rojo es la pasión, la voluntad, la energía. El verde es la esperanza, la reconciliación, la fecundidad y la abundancia. El morado tiene que ver con la espiritualidad. El naranja es la ambición, el egoísmo. El negro, la depresión y el desconcierto.

Para los seguidores de Freud, los temas de nuestros sueños tienen una estrecha relación con cosas que hemos vivido. En ocasiones, un sueño que no se comprende en el momento de ocurrir, puede estar preparándonos para un acontecimiento posterior. De lo que sí no cabe dudas es que hay sueños que pueden ejercer cierta influencia, lo mismo positiva que negativamente, en nuestro humor.

Jung era de la opinión de que los símbolos que aparecían en los sueños, tenían significados relativamente fijos. Es decir, nunca era el mismo. Lo cierto es que la mayoría de nosotros no llegamos a comprenderlos y solemos calificarlos de absurdos.

Los científicos aseguran que los animales sueñan. Se ha comprobado que ellos, igual que nosotros, transitan por la fase REM, que es donde se producen los sueños. Lo que no se ha logrado averiguar es si sueñan semejante a nosotros o de un modo distinto, ya que ninguno de ellos tiene la facultad de contarnos qué o cómo ha soñado.

También se ha comprobado que los factores externos como la luz, ruido, frío y calor, afectan a los sueños. Incluso influyen al hecho mismo de dormir, dificultando el sueño o facilitándolo.

Una de las inquietudes que albergan los investigadores es si los niños son capaces de soñar mientras están en el vientre de su madre. Aunque la ciencia no puede dar una respuesta categórica a esta pregunta, hay quienes se aventuran a responder afirmativamente.

Se dice que desde el instante en que el feto está formado y su cerebro funciona a la perfección, el bebé tiene sueños de algún tipo.

Hay quienes opinan lo contrario, y señalan que los bebés durante el embarazo tienen una actividad electroencefalográfica, pero ésta es de las llamadas ondas lentas del cerebro. La fase REM en ellos es muy escasa, por lo que se supone que la actividad onírica sea prácticamente inexistente.

Así, los estudiosos del tema se debaten en un sinnúmero de interrogantes que por ahora carecen de respuestas. Pero, ¿quién sabe? Tal vez un sueño les dé la clave del enigma y el acto de soñar deje de tener secretos para todos nosotros.

El cine y el futuro

Por MAYKEL REYES LEYVA


Como si en una simple cinta de celuloide estuviera concentrado todo el poder de una máquina del tiempo, disímiles directores han intentado darnos su visión de lo que será, algún día, nuestra civilización.

Estos visionarios vaticinan un futuro en el que la Ciencia habrá suplantado al Destino, llegando a regular muchos aspectos de nuestra existencia. Para ellos, la cada vez mayor falta de identidad del ser humano, lo hará sumirse en un mar de consecuencias posiblemente irrevocables.

Desde sus inicios, el séptimo arte se basó en la literatura de ciencia ficción para contar sus propias historias futuristas. Así se hizo una versión de La Máquina del Tiempo, del escritor inglés H. G. Wells, en la que un hombre viaja a un futuro lejano y se encuentra que donde antes hubo ciudades, ahora todo está desierto. En sus pesquisas descubre una civilización casi extinta y asustada, dominada por seres monstruosos que habitan en el interior de la tierra.

Otro tanto hizo el director Richard Fleischer al llevar al cine una versión de la mítica novela Veinte mil leguas de viaje submarino, del escritor francés Julio Verne, donde se nos muestra a un grupo de hombres, encabezados por el capitán Nemo, que han encontrado refugio en los fondos marinos en un intento por escapar de la propia Humanidad.

Más tarde, el director francés Francois Truffaut se atrevió con una de las novelas del escritor norteamericano Ray Bradbury: Fahrenheit 451. En ésta, los bomberos ya no se dedican a apagar incendios, sino todo lo contrario. A una temperatura de 451 grados fahrenheit queman libros, recordando la quema que llevó a cabo en la biblioteca de los druidas en Alesia el emperador romano Julio César, o aquella más reciente protagonizada por Adolfo Hitler durante la II Guerra Mundial.

Otros directores se han atrevido a vaticinar un futuro más apocalíptico. En 1960, Franklin Schaffner filmó El Planeta de los Simios. En este filme, un grupo de cosmonautas que han estado en el espacio durante un largo período, regresan a la Tierra y descubren que de la Humanidad no queda prácticamente nada y que ahora son los monos quienes gobiernan, mientras un puñado de humanos que han logrado sobrevivir son usados como conejillos de Indias.

Un poco más cercana a nosotros está la película THX-1138, filmada en 1970 por George Lucas y protagonizada por Robert Duval. Esta historia nos muestra una civilización extrañamente sumisa, habitando el interior de la Tierra y regida hasta el mínimo detalle por el Orden. Aquí todo está controlado por máquinas robot, mientras el silencio, la monotonía y los largos pasillos iluminados y limpios, nos dan la sensación de estar en un hospital.

Tuvimos que esperar hasta 1982 para que surgiera el primer clásico de la cinematografía de anticipación o futurista: Blade Runner, del famoso director Ridley Scott. Esta película, basada en la novela ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, del narrador Philip K. Dick, está considerada La Biblia de la Ciencia Ficción, pues muchos están seguros de que así mismo será el futuro.
En este filme, las máquinas androides (replicantes) se negarán a ser desconectadas. Se mezclarán como si nada con los humanos. Las ciudades, superpobladas y llenas de rascacielos, darán una sensación asfixiante. El capitalismo habrá llegado a la cumbre de la alucinación y por doquier habrá gigantescas pantallas digitales pasando todo tipo de comerciales.

En 1984, James Cameron realizó la cinta Exterminador. En esta historia, un híbrido entre la ciencia ficción y el thriller, se deja entrever un futuro devastado por una guerra en la cual los bandos enemigos construirán máquinas cada vez más sofisticadas, desde androides de una fuerza suprahumana hasta hombres de mercurio capaces de transformar su fisonomía.

También futurista es el filme Robocop, rodada en 1987 y dirigida por Paul Verhoeven. Aquí la delincuencia se ha apoderado de la sociedad y el hombre es incapaz de frenarla. Por tanto, se construye un robot, mitad hombre, mitad máquina, que tendrá que combatir el crimen.

En Cyborg, de Albert Pyun y filmada en 1987, la Humanidad acaba de pasar por una guerra mortal, una extraña enfermedad causa estragos entre los sobrevivientes y un hombre, acompañado por una mujer androide, deberá encontrar la cura. Aquí los humanos se han agrupado en pequeñas pandillas que lucharán entre sí para conseguir agua, y tratarán de obtener el poder absoluto mediante la fuerza.

Los filmes más recientes de anticipación poseen teorías diferentes. Por ejemplo, en Mundo Acuático, del director Kevin Reynolds, el ser humano ha deteriorado el medio ambiente y, por ende, ha subido en nivel del mar. Los pocos sobrevivientes de esta catástrofe se han refugiado en atolones que flotan en medio del inmenso océano. Un hombre mutante, poseedor de membranas entre los dedos, será el protagonista.
Otra, y de mejor calidad, es La Matrix, de los hermanos Larry y Andy Wachowski, quienes profetizan un futuro computarizado, donde la realidad virtual no es más que el presente que estamos viviendo.

Muchos otros filmes se han realizado desde entonces hasta acá y en cada uno de ellos el ser humano no queda muy bien parado. De este modo, estos visionarios del séptimo arte siguen intentando vislumbrar el futuro de la sociedad, un futuro no muy lejano si no detenemos a tiempo este caos que poco a poco se adueña del mundo.

Extrañas coincidencias sobre Jack el Destripador

Por MAYKEL REYES LEYVA


Con el paso de los años han sido muchos los investigadores que se han lanzado tras la sombra de Jack el Destripador, intentando descubrir su identidad a partir de los avances técnicos que ha tenido la ciencia desde la Inglaterra victoriana hasta nuestros días. El resultado ha sido una larga lista de sospechosos entre los que quizás se encuentre el verdadero asesino, pero no puede ser descartada la probabilidad de que el mismo haya escapado a la vista de estos investigadores, tal y como lo hizo a la policía de Scotland Yard en 1888. Sin embargo, aunque aún no se tiene el nombre definitivo, sí han salido a relucir extrañas coincidencias relacionadas con los crímenes cometidos.

Las cinco víctimas que se le achacan oficialmente a Jack el Destripador son Mary Ann Nicholls, degollada el viernes 31 de agosto de 1888 en Bucks Row; Annie Chapman, muerta y destripada el sábado 8 de septiembre del mismo año en Hanbury Street; Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, asesinadas la misma noche del 30 de septiembre en Berner Street y en la plaza Mitre respectivamente, y Mary Jeannette Kelly, descuartizada en su habitación de Dorset Street durante la madrugada del 9 de noviembre del mismo año. Las vacilaciones comenzaron precisamente en la noche del 30 de septiembre, la noche del doble asesinato, y a pesar del tiempo transcurrido persisten en la actualidad. Las dudas giran alrededor de la verdadera identidad de las tres últimas víctimas, pues hoy se sabe que los agentes policiales de la época tuvieron que enfrentarse a serios problemas para conseguir identificarlas. ¿Habrán podido en realidad establecer las identidades de la sueca Elizabeth Stride y de Catherine Eddowes, además de la de Mary Kelly?

La primera víctima del 30 de septiembre fue Elizabeth Stride, pero los documentos judiciales muestran que en un inicio no se sabía quién era y se le denominó simplemente “la mujer desconocida de Berner Street”. En los días siguientes, varias personas aseguraron que la occisa era Elizabeth Stride, pero las cosas comenzaron a complicarse cuando una tal Mary Malcolm apareció en escena y reconoció a la asesinada con el nombre de Elizabeth Watts, su hermana. La investigación arrojó una serie de curiosas y extrañas coincidencias entre las dos Elizabeth, tantas que el propio juez Baxter, quien era el encargado de aclarar el crimen, tuvo que reconocer que en el proceso de identificación del cadáver existía una cantidad increíble de equívocos, sin contar que ambas tenían el mismo nombre. Las dos mujeres –Stride y Watts– tenían la misma edad, habían sido cortejadas por policías y tuvieron relaciones con marineros, que además tuvieron –ambos– un café en Poplar. Las dos eran apodadas “Long Liz” (La Larga Liz), tenían hijos a cargo de sus maridos o amigos, bebían alcohol y vivían en los albergues del East End. Ambas habían sido acusadas por la Corte del Támesis y habían conseguido escapar al castigo judicial alegando que sufrían ataques de epilepsia, aunque los amigos de ambas aseguraban que eso era mentira. Las dos habían perdido sus dientes frontales y vivían como prostitutas. Además, eran cojas y tenían en el cuerpo marcas de haber sido mordidas por serpientes durante la niñez, además de lesiones o malformaciones en el paladar. Como es de suponer, la duda llevó a los investigadores hasta un callejón sin salida hasta que se presentó en la Corte la verdadera Elizabeth Watts, insultando y amenazando a su hermana. Pero, ¿habrá sido esta mujer la verdadera Elizabeth Watts? ¿No habrá intentado la Stride aprovechar la confusión provocada por las similitudes para evadir la mano del asesino? Lo que sí es seguro es que Mary Malcolm debió ser una mujer muy impresionable, pues llegó a contar a los agentes del orden que a la hora aproximada en la que se supone falleció Elizabeth, ella protagonizó una experiencia de índole extra-sensorial. Cuenta que mientras se encontraba en la cama sintió una tremenda presión en el pecho y escuchó el sonido de tres besos, lo que le hizo sospechar que su hermana había abandonado este mundo de forma violenta.

Por su parte, la segunda víctima de la noche correspondiente al 30 de septiembre, Catherine Eddowes, también trajo curiosos problemas de identidad. El diario Star publicó el 2 de octubre de 1888 que el día anterior una mujer de Rotherhite, un barrio enclavado en la ribera opuesta del Támesis, acompañada de su hijo, se presentó en la comisaría afirmando que la mujer asesinada era su hermana, a la cual no había visto en los últimos años, pero que sabía viviendo cerca de Bishopsgate en compañía de un hombre de apellido Kelly. La policía descubrió que, efectivamente, la pareja de la verdadera fallecida se llamaba John Kelly. La mujer de Rotherhite supo que la muerta era su hermana desde que leyó en la prensa que la difunta tenía en su brazo un tatuaje con las iniciales T. C. y que entre sus pertenencias se había hallado un resguardo de empeño a nombre de Mary Kelly. Este fue el primer testimonio que identificaba a la occisa, por lo que se le concedió una alta credibilidad. No obstante, intentando evitar cualquier error se tomó la decisión de que un policía acompañara a la mujer hasta la casa de su hermana. Para sorpresa de ambos, fue la propia “muerta” quien les abrió la puerta.

El último ejemplo es, quizás, el más extraño de todos. Dos testigos vieron a Mary Kelly, la última víctima de Jack, caminando por Dorse Street pocas horas después de su asesinato. Este hecho en particular ha llevado a muchos investigadores a asegurar que Mary Kelly no había sido la asesinada en Miller's Court, aunque en la época sólo se pensó que los testigos habían visto en realidad al fantasma de Mary Kelly o, en el mejor de los casos, a su doble. Diferente a los hechos anteriores, Mary es la única mujer asesinada por Jack en el interior de un edificio. Su cadáver estaba tan mutilado que se hacía difícil su identificación. Sólo el cabello y los ojos podían arrojar una pista de quién había sido en vida, y esto ha venido a defender la hipótesis de que aquellos restos no eran los de Mary Kelly.

Pero aquí no terminan los misterios. Caroline Maxwell aseguraba haber visto salir de Miller's Court a Mary Kelly a las ocho y treinta de la mañana e, incluso, que había intercambiado unas palabras con ella, precisamente cuando el informe forense indica que Mary Kelly había sido asesinada hacia las cuatro de la madrugada de ese mismo día. Caroline afirmó en su declaración que la había visto muy alterada y que la propia Mary le había confesado que no se encontraba bien. Es más, Caroline aseguró que Mary la llamó por su diminutivo, Carrie, el cual sólo conocían algunos allegados. Más tarde, Caroline volvió a encontrar a Mary charlando junto al pub Britannia, uno de los tres que existían en Dorset Street.

Maurice Lewis, sastre de profesión, hizo una declaración bastante semejante a la de Caroline. Según su versión, hacia las diez de la mañana, al salir del patio interior de Miller's Court, donde se encontraba la habitación de Mary, y llegar a la calle Dorset, se dirigió al pub Britannia y allí encontró a Mary Kelly en compañía de un desconocido.

A pesar de las festividades que se celebraban ese día en Londres, pronto se difundió la noticia de la muerte de la joven de 25 años. La prensa reportó disturbios entre los espectadores, pues muchos de ellos dudaban de su muerte. Tanto así que uno de ellos fue golpeado y detenido por la policía, pues, indignado, el hombre no cesaba de jurar que hacía sólo unos pocos minutos había visto a Mary Kelly entre esa misma multitud festiva.

Si tomamos como verdaderos esos testimonios, es muy posible que Mary Kelly no fuera en realidad la mujer asesinada. Pero lo cierto es que el pequeño cuarto de tres por cuatro donde sucedió el terrible asesinato, se convirtió a partir de ese día en la habitación del pánico hasta que el edificio fue demolido en 1925. Y es que cuatro personas murieron asesinadas en sus inmediaciones en los años posteriores. Justo encima del cuarto ocupado por Mary Kelly, Kate Marshall asesinó a su hermana Eliza a cuchilladas, en 1898. En 1901, Mary Ann Austin fue asesinada de diez puñaladas en el abdomen en el número 35 de la calle Dorset. En 1909, una joven de 24 años llamada Kitty Ronan, apareció degollada en el mismo cuarto donde Kate Marshall había asesinado a su hermana. A pesar del tiempo, el East End News publicó la noticia con el siguiente titulo: Nuevos Crímenes del Destripador. El cadáver había sido encontrado por el amante de Kate, Henry Bensted, en una postura muy semejante a la que tenía Mary cuando fue hallada. “Se encontró a la difunta yaciendo en la cama sobre su espalda, con la cabeza orientada hacia la izquierda”, escribió en su informe el doctor John Clarke. Días después, un marinero confesó haber sido él el autor del crimen. El 10 de junio de 1914 el Times informó sobre el asesinato de Jeannette Williams en Miller's Court. Su asesino, Joseph Carson, de 65 años de edad, se entregó voluntariamente a la policía.

Otro dato curioso: todas las víctimas de Jack tenían un apodo o “nombre de guerra”. Mary Ann Nicholls era conocida como Polly Nicholls, Annie Chatman era La Morena, a Elizabeth Stride la conocían por La Larga Liz, Catherine Eddowes tenía varios sobrenombres: Kate Conway, Kate o Mary Kelly; y Mary Jeannette Kelly era Black Mary. Si no se han percatado aún, uno de los alias de Catherine era Mary Kelly, el mismo nombre de la última víctima de Jack.

En 1892, Kathleen Blake, una prestigiosa corresponsal del diario canadiense Toronto Mail, viajó a Londres para conocer el barrio donde habían tenido lugar los crímenes de Jack el Destripador. En Miller´s Court entrevistó a una tal Lottie, quien en ese instante habitaba el cuarto donde murió Mary Kelly. Kathleen Blake descubrió, con horror, que las paredes de la habitación todavía estaban manchadas de sangre. Lottie le contó que días antes de ser asesinada, Mary le había comentado que estaba muy asustada porque había soñado que un hombre la asesinaba. Sus propias palabras fueron: “Puede que sea la próxima, Jack está actuando en este distrito”.

Tom Cullen, en su obra Otoño de Terror, recopiló una leyenda urbana relacionada con Miller´s Court, según la cual en un muro era visible la huella de una mano ensangrentada. Según los testigos, esta huella nunca se borraba y la gente pagaba a los habitantes de la zona para que se la mostrasen.

Miller's Court era un albergue para gente pobre. En él habían vivido varias de las víctimas de Jack. Pero hoy ni Miller´s Court ni Dorset Street existen. Desaparecieron en 1925 con el objetivo de ampliar el mercado de Spitalfields. Actualmente en el solar hay un parking privado. Lo más curioso de todo es que en pleno siglo XXI, los crímenes del Destripador continúan sin un responsable y la historia ya ha sido olvidada por los londinenses.

Los mil rostros de Jack el Destripador

Por MAYKEL REYES LEYVA


Ahora los investigadores se esfuerzan en negar su existencia y pretenden borrar de la memoria colectiva lo brutal de sus crímenes. Aseguran, incluso, que vio la luz gracias a la idea de un grupo de periodistas que trabajaban para aumentar las ventas de su periódico. Pero la historia real cuenta algo bien distinto.

Tal vez no sea tanto lo sanguinario de sus crímenes, como el hecho de que nunca se haya conocido su identidad, lo que terminó por convertir a Jack el Destripador en una leyenda, un mito que ha sobrevivido sin manchas más de cien años. Miles de libros, artículos, películas, de autores considerados "destripadólogos", se han afanado en tratar de darle un rostro al misterioso asesino de Whitechapel, pero jamás se ha pasado de la simple hipótesis. En cambio, viendo su historial, no parece extraño que percibamos en Jack a una persona de gran inteligencia, con una educación elevada, incluso quizás de clase alta.

Todo parece indicar que el asesino de las riveras del Támesis poseía algún trastorno de la sexualidad o un trastorno mental que lo condujera a ser compulsivo y a mostrar con creces su obsesión a la hora de llevar a cabo sus crímenes. Su afán de reconocimiento demuestra que era una persona insegura y llena de complejos. En la época actual hubiera sido denominado “asesino mediático”, gracias a su interés por aparecer en los medios de comunicación de su tiempo. Al decir de José Luis Zárate Herrera: “Los medios de comunicación del siglo pasado (siglo XIX) no sabían qué opinar de ese hombre, todos estaban de acuerdo que era un monstruo, pero era difícil definir la personalidad de alguien capaz de abrir un vientre de tajo y hurtar un feto, y adornar con cuidado una ventana usando las entrañas.”

En la época existieron muchas sospechas aunque ninguna fue demostrada. La primera recayó en el zapatero John Pizer, quien tuvo que ser puesto en libertad por carecer éste de conocimientos médicos.

El Sunday Dispach publicó una nota donde informaba que el crimen de Mary Anne Nicholls fue cometido por una banda de jóvenes violentos que andaban por el barrio. Durante varios días la supuesta banda estuvo en la punta de la mirilla.

En su momento los asesinatos le fueron atribuidos también a un maníaco con sed de venganza que, tal vez por padecer de alguna enfermedad venérea, se lanzó a eliminar a cuantas rameras se encontraba. Una de las tesis manejadas apunta hacia un médico militar ruso que, en 1888, trabajaba cerca de los barrios del Este de Londres, y que era conocido por varios nombres: Pedachenco, Konovalov, Ostrog… Al parecer Michael Ostrog procedía de París, ciudad que había abandonado porque la policía sospechaba que era el autor de un asesinato cometido contra una grisette parisiense, utilizando incluso el mismo método salvaje que empleara Jack con posterioridad. El ruso desapareció de Londres y terminó sus días en un manicomio de San Petersburgo, donde se suicidó un 9 de noviembre, luego de haber asesinado a una mujer en 1891.

Otro de los sospechosos fue un médico norteamericano llamado Francis Tumblety, considerado por todos un charlatán de marca mayor, quien fue arrestado en el momento de los asesinatos por comportarse en forma indecente en público. Tumblety fue relacionado con los crímenes de Jack porque solía coleccionar órganos femeninos. Muchas de las víctimas de Jack fueron mutiladas y algunos de sus órganos desaparecieron.

La más controvertida de las hipótesis fue que Jack no era otro que Edward, duque de Clarence, hijo del rey Eduardo VII, que murió, a los 28 años, justamente luego de esta serie de asesinatos. Era de conocimiento público que el duque gustaba de la cacería del ciervo, con todo su sanguinario ritual. Solía vestir elegantemente y frecuentaba lupanares. O sea, que no parecía imposible su otra identidad. La causa oficial de su muerte fue: "neumonía". Aunque en verdad se comentó que había muerto de sífilis en una clínica privada cerca de Ascott. Contra esta teoría se ha argumentado que el Príncipe Alberto no estaba en Londres en al menos dos de las fechas de los asesinatos, sino en Escocia. Sin embargo, la leyenda muestra al asesino vestido con capa y sombrero de copa. En realidad, alguien así no hubiera pasado desapercibido en Whitechapel. Lo más probable es que fuese un hombre vestido con ropa sencilla. También se manejaron las teorías que involucraban en los asesinatos a los judíos y los masones. Pero en verdad se sospechó de casi todo el mundo.

Trevor Marriot, un ex detective que durante diez años se dedicó a investigar por su cuenta los crímenes del Destripador, planteó como resultado final del caso que no existió un solo Jack, sino dos Jacks, y alegaba en su favor que resultaba imposible que un mismo asesino matara a dos mujeres en dos lugares distintos con una diferencia de apenas doce minutos, como fue el caso de Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, asesinadas el 30 de septiembre de 1888. "Es altamente improbable que el asesino se haya detenido después del primer asesinato a dar muerte a otra víctima, en un lapso tan breve", afirmó Marriot.

El estreno de la película Desde el Infierno (2001), protagonizada por Jhonny Deep y en la cual se reproduce con increíble realismo el ambiente de miseria dominante en Whitechapel, renovó el interés por el tema manejando la teoría de una conspiración en la que estuvieron implicados la familia real y los masones para ocultar la identidad del asesino. En la trama se sugiere que la investigación de los crímenes fue entorpecida por una conspiración del alto Gobierno. Esta idea fue esbozada por primera vez en 1976, en el best-seller Jack el Destripador: La solución final, de Stephen Knight, quien plantea que Mary Jeanette Kelly —junto a otras prostitutas del East End— trató de extorsionar a la familia real con la información de que el príncipe Alberto, nieto de la reina Victoria, se había desposado con la católica Annie Crook. El primer ministro se alarma y le encomienda a sir William Gull, médico de la realeza, que silenciara a las prostitutas, sin imaginar siquiera la atrocidad de los hechos que iban a cometerse.

Un abogado de 40 años nombrado Montague John Druitt, fue otro sospechoso que se tuvo en cuenta. John Druitt trabajó como profesor en una escuela privada desde 1881 hasta el 19 de noviembre de 1888, en que fue despedido. Dos días después desapareció y su cuerpo fue hallado el 31 de diciembre de ese mismo año, en el Támesis, con piedras en los bolsillos. Todo indica que fue un suicidio. Al parecer, su madre había tenido que ser ingresada en un psiquiátrico unos pocos días antes, y a esto se sumaba que en su familia ya existían antecedentes de enfermos mentales. En la nota que encontró su hermano, Druitt decía que sentía cómo poco a poco padecía lo mismo que su madre y que lo mejor era no seguir ensuciando el nombre de la familia. Sin embargo, aunque sospechoso, tenía una buena coartada para el día de la muerte de Annie Chatman. El crimen se había cometido a las 5 y 45 de la mañana. La policía consideró improbable que Druitt hubiese cometido el asesinato, se hubiese ido a cambiar la ropa ensangrentada y hubiese regresado a Blackheath para jugar un partido de críquet a las 11 y 30 de la mañana, como demuestran las investigaciones realizadas. Pero recordemos que, al parecer, el asesino solía estrangular a sus víctimas desde atrás y ya en el suelo era cuando procedía a destriparlas, evitando de esa manera salpicarse de sangre.

Otro sospechoso fue el Dr, T. Neill Cream, médico especializado en abortos. Nacido en Escocia en 1850 y educado en Londres. Ejerció su profesión en Canadá, Chicago e Illinois, Eestados Unidos. En 1881 fue hallado responsable de la muerte por envenenamiento con estricnina de varios de sus pacientes de ambos sexos. Fue él mismo quien pidió un examen de los cuerpos, ya que no había sospechas de asesinato, en un intento de llamar la atención sobre sí mismo. Encarcelado en la Penitenciaría del Estado de Illinois, fue liberado el 31 de julio de 1891 por buena conducta. Trasladado a Londres, reinició sus actividades criminales y se le detuvo. Fue colgado el 15 de noviembre de 1892. Sus últimas palabras, según el verdugo, fueron: " Yo soy Jack...", justo cuando se abría la trampilla. Obviamente, no pudo cometer los crímenes de 1888, pues en ese entonces se encontraba en prisión, pero algunos teorizan con que tenía un doble.

Uno de los sospechosos de moda fue Aaron Kosminski, tras establecerse junto con M. J. Druitt y el médico ruso Ostrog, como uno de los tres incluidos en el Memorandum de sir Melville Macnaghten (ex-Comisario Adjunto del Departamento de Investigación Criminal de Scotland Yard). Aaron era un paciente psicótico, judío de origen polaco, que podría haber sido visto por uno de los testigos que posteriormente lo reconoció. En nuestros días ha sido donado al Museo Negro de Scotland Yard un ejemplar de las memorias del Comisario Adjunto del CID en la época de los asesinatos, sir Robert Anderson, en el que el Inspector Jefe Donald Swanson había escrito unas notas al margen del apartado en el que éste establecía que el Destripador era un judío polaco... En las notas manuscritas por Swanson se añadía "Kosminsky era el sospechoso".

Severin Klosovski (alias George Chapman); fue el sospechoso favorito del Inspector Abberline. Este sujeto era un inmigrante polaco, con estudios de cirugía en su país. Sus características le convertían en un buen candidato a ser un psicópata y se sabe que estuvo en la zona en 1888 trabajando como barbero y que después fue un asesino en serie de tres mujeres, aunque usando un modus operandi distinto (envenenamiento) y con sus propias parejas, lo cual parece alejarlo del asesino mutilador de desconocidas. Fue ahorcado en 1903.

Roslyn D’Onston Stephenson, es el sospechoso relacionado con la hipótesis de los asesinatos rituales y la Magia Negra. Stephenson era un cirujano militar, gran interesado en la magia y el ocultismo, que tenía cerca de 50 años en la época de los asesinatos. Bebedor y jugador, su apodo en el juego era “Sudden Death”.

Otra hipótesis asegura que Jack el Destripador fue la pareja de Mary Kelly: Joshep Barnett. La habitación de Mary se encontraba cerrada por dentro, por lo que la policía tuvo que derribar la puerta. La única llave existente la tenía su novio. Todas las prostitutas asesinadas conocían a Mary, por lo que también es muy probable que conociesen a su pareja. Esto facilitaría el hecho de que Joseph se pudiera acercar a ellas sin levantar sospechas. Según el propio Joseph, él quería alejar a Mary de la prostitución. Esto daría un motivo. ¿Qué mejor manera de alejarla que provocándole miedo? ¿Y qué mejor manera de provocarle miedo que asesinando a sus colegas? Sin embargo, puede que las cosas se hayan escapado de las manos cuando Joseph descubrió que Mary Kelly era lesbiana y que pretendía dejarlo por otra prostituta.

Patricia Cornwell, en su libro Retarto de un asesino. Caso cerrado, plantea la hipótesis de que el asesino fuera Walter R. Sickert, el famoso pintor impresionista inglés. Pero lo cierto es que las únicas pruebas que Cornwell tiene contra Sickert son puramente circunstanciales. Una de ellas es que el pintor tenía 28 años cuando Jack el Destripador comenzó a matar y los estudios demuestran que la mayoría de asesinos en serie llevan a cabo su primer asesinato entre los 25 y los 30 años. Tras cometer el crimen, el asesino se esfumaba vertiginosamente, desvaneciéndose sin dejar el más mínimo rastro. Y eso es algo que a Sickert no le habría costado trabajo conseguir, pues el artista tenía tres estudios secretos en el East End londinense y una gran fascinación por el disfraz, así como por los bajos fondos londinenses, hechos que ya provocaron en su época alguna habladuría. Pero la prueba más contundente de la culpabilidad del pintor se encuentra en sus cuadros. Según la novelista, los lienzos pintados por Walter Richard Sickert guardan una espeluznante similitud con las imágenes post mortem de las víctimas de Jack el Destripador. En 1908, 20 años después de los crímenes, Sickert pintó una serie de cuadros inspirados, según él, en el asesinato de una prostituta en Candem. Pero, según la novelista, Sickert nunca pintaba nada que no hubiera visto con sus propios ojos y no tenía forma de saber el aspecto de aquellas mujeres si él mismo no hubiese estado allí. Además, tenía un perfil psicológico similar al de muchos criminales: tuvo una infancia difícil y su padre era un hombre abusivo. Debido a un problema físico, era estéril y tenía una disfunción sexual severa, hechos que podrían explicar el comportamiento de Jack el Destripador.

Otro de los sospechosos que ha salido a la luz a partir de 1999 fue Lewis Carroll, famoso por su novela: Alicia en el país de las maravillas, pues se decía que en su poema Jabberwocky estaba escrita una declaración hecha con anagramas. Esta desconcertante teoría la lanzó en su libro Richard Wallace, un investigador que se dio a la tarea de intentar descubrir quién era Jack el Destripador. Según Wallace, en el susodicho poema Carroll anticipaba los asesinatos, nada más y nada menos que 16 años antes, aparte de incluir en el mismo muestras identificatorias que luego aparecieron en las víctimas. Otro detalle es que, según Wallace, Lewis Carroll no tenía coartada para las noches de los eventos. Se sabe, además, que Carroll era un fanático empedernido a los acertijos, de las matemáticas, un ajedrecista contumaz, un buen fotógrafo, un aparente misógino, un pedófilo perverso y un gran prestidigitador (de hecho, Lewis Carroll ni siquiera era su nombre original).

Por la misma cuerda viene otro afamado novelista y también recientemente incluido en la lista de sospechosos. Me refiero a Julio Verne, escritor francés, famoso por novelas como Viaje al centro de la Tierra. Una concienzuda investigación a través de toda la obra del escritor demuestra una extraña afinidad entre Julio Verne y Jack el Destripador. Se sabe que Verne viajó por Gran Bretaña y Londres a pesar de su fobia y aborrecimiento por los ingleses, a quienes insulta frecuentemente en su obra. A través de personajes como el capitán Nemo, un cipayo hindú detractor de los ingleses, Verne demuestra su antipatía hacia éstos. Pero no sólo lo hace a través del capitán Nemo, sino también mediante el personaje real Nana Sabih, quien masacró a 800 mujeres británicas en la colonia inglesa de la India, y a quien Verne venera e inmortaliza en su novela La casa de vapor.

Pero, además, podemos encontrar a Juan (Jack) Sin Nombre, quien odia a los ingleses hasta rayar en el canibalismo, que aparece en el relato Familia sin nombre; Jack Lindsay, un homicida que llega desde Estados Unidos a Londres para asesinar a dos mujeres, que aparece en la novela La Agencia Thompson y Cía.; el enigmático Jack Zermatt, de la novela Segunda patria; Jack “el Piper”, quien lleva una vida misteriosa entre las cavernas y minas de Gran Bretaña, en el relato Las indias negras; Jacques, el caníbal solapado que odia a los ingleses y que sueña con llevarse a la boca un trozo de mujer, personaje del relato Viaje maldito por Inglaterra y Escocia; Jackel Serno, personaje que provocó una demanda contra la casa editorial Hetzel y que aparece incluido en el relato El piloto del Danubio; y el protagonista de La asombrosa aventura de la misión Barsac, nombrado Harry Killer, un alcohólico dedicado al crimen y el asesinato en Londres, quien luego de estrangular a seis personas huye de Londres hacia una colonia francesa, burlándose de Scotland Yard. En su relato La jornada de un periodista en el año 2889, escrito en 1888, está ambientada en el futuro pero está lleno de alusiones a Jack el Destripador.

En los escritos anteriores a 1863, encontramos a un Verne decepcionado de la vida, del amor, de la humanidad, del progreso, de la familia, de las relaciones sociales... Al darse cuenta que nadie pagaba para leer obras donde se alababan el mal y la muerte, decidió trocar su desesperanza y pesimismo en esperanza y optimismo, llegando a alcanzar la fama universal que siempre soñó. Sin embargo, Verne es optimista por necesidad, no por convicción, y en su novela París en el siglo XX se puede hallar un retrato exacto del verdadero Julio Verne.

Verne vivió, además, con un profundo temor y odio por la figura paterna, odio que al no poder manifestar abiertamente contra su padre, lo proyectó contra la sociedad inglesa. Por ello, casi toda la obra de Verne está llena de anglomaníacos que sueñan con la destrucción de Londres e Inglaterra. A esta infancia traumática debemos sumarle el rechazo que recibió de Carolina Tronson, la única mujer que amó en su vida, hecho que terminó volviéndolo un misógino empedernido. De hecho, culpaba a las mujeres de todas las tragedias que ha pasado la humanidad. Además, a lo largo de toda su obra realiza una defensa sistemática y solapada del canibalismo.

El 15 de enero del 2007 se lanzó una nueva teoría al ruedo. En ella se incluye el nombre del policía de la ciudad de Londres James Harvey como uno de los posibles sospechosos de haber cometido los crímenes. Este policía fue detenido en 1889 y llevado en secreto a un hospital psiquiátrico, donde murió en 1891.

Arthur Conan Doyle, autor del famoso personaje Sherlock Holmes, defendía la hipótesis de que Jack el Destripador era una mujer y que por esa razón había conseguido escapar a la policía. La asesina, disfrazada de hombre, se paseaba por las calles de Whitechapel, cometía sus crímenes y luego sólo tenía que quitarse el disfraz para escaparse frente a las propias narices de la policía sin levantar sospechas. Al decir de algunos investigadores, todos los hechos indicaban que el asesino era en realidad una mujer, pero la policía se empeñó en buscar a un hombre. Por ejemplo, ninguna de las víctimas fue violada ni se encontró semen en la escena de los crímenes, sin embargo, los investigadores, estúpidamente, dedujeron que el asesino era impotente. Por las cuchilladas dedujeron que el asesino era zurdo, sin analizar la posibilidad de que fuese una mujer la que las hubiese asestado. Dedujeron que el asesino era alguien conocido, lo cual hacía que las víctimas se fueran con él sin que mediara el más mínimo rechazo, sin pensar que la confianza partía, precisamente, de que el asesino era una mujer y por eso ellas no recelaban. Por último, los videntes de la época, incluyendo a Arthur Conan Doyle, quien era espiritista, decían que el asesino era un hombre de dos rostros.

Sin embargo, todas las hipótesis señaladas hasta ahora parecen haber estado equivocadas. Las últimas investigaciones han arrojado una nueva luz sobre los crímenes del Destripador. Una historia tras los asesinatos que al parecer nadie sospechaba. En 1991, Michael Barret, de Liverpool, dio a conocer un Diario con apariencia antigua, al que le faltan las páginas iniciales. Lo increíble de este caso es que el manuscrito está firmado por Jack el Destripador.

El autor del Diario fue un hombre nombrado James Maybrick, un comerciante de algodón nacido en 1838, el tercero de siete hermanos, y quien hubo de morir el 11 de mayo de 1889, a los 49 años de edad.

El controvertido Diario de James Maybrick es un libro de apariencia antiguo, de colores negro y dorado, encuadernado en piel. Las primeras cuarenta y ocho páginas han sido cortadas con un cuchillo. Se notan las marcas del cuchillo en la parte inferior de las primeras páginas restantes, así como en el borde inferior interno de la cubierta trasera. Sin embargo, en las sesenta y tres páginas que quedan, una caligrafía descuidada relata hechos que pueden calificarse de espeluznantes. Esta caligrafía, sometida al análisis de múltiples expertos, muestra el perfil de una persona con notables desequilibrios psicológicos y con trastornos de doble personalidad. Durante la lectura del Diario pueden percibirse los cambios de humor por los que atravesaba James Maybrick según las diferentes circunstancias. Pero lo verdaderamente llamativo del manuscrito es que contiene datos que no fueron conocidos públicamente hasta 1984, una serie de informaciones exclusivas que sólo conocían Jack y la policía, y que por tanto jamás fueron publicadas en libro alguno.

El Diario no muestra contradicción alguna entre lo que se sabe de la vida de James Maybrick y lo que se conoce de los crímenes de Jack. De hecho, las evidencias sólo hacen reforzar el vínculo existente entre uno y otro. James conocía a la perfección el distrito de Withechapel, y no le era ajeno el trato con las rameras. Nada indica que se encontrara en otro lugar en el momento de los crímenes de Jack el Destripador. De hecho, Maybrick tenía el motivo, el método y la oportunidad para llevar a cabo tan horrendos asesinatos. Incluso, un dibujo publicado el 6 de octubre de 1888, en el Daily Telegraph, y realizado gracias a las descripciones obtenidas de testigos ocasionales, muestra el rostro de un hombre increíblemente parecido al James Maybrick de esa época. Para mayor convicción, el Diario termina diciendo: Doy mi nombre para que todos sepan de mí, así la historia contará qué puede hacer el amor con un hombre tranquilo de nacimiento. Suyo de verdad, Jack el Destripador.

Jack el Destripador: Desde el Infierno

Por MAYKEL REYES LEYVA



En el 2008 se cumplieron 120 años de los crímenes cometidos por Jack el Destripador, famoso no sólo por la brutalidad de sus asesinatos, sino también porque fue capaz de dar jaque mate a la joven policía de Scotland Yard al poner en evidencia sus carencias. Más de un siglo después, las nuevas tecnologías aseguran que en la actualidad sus crímenes no hubieran quedado impunes.

Mary Ann Nicholls fue asesinada la noche del miércoles 30 de agosto de 1888. A las 3:45 a.m., un cochero la descubrió junto a una verja en Buck's Row. En un principio creyó que se trataba de una lona, pero al darse cuenta de que era una mujer, corrió a buscar a la policía. Pocos minutos después regresó acompañado, pero en ese tiempo otro agente había encontrado el cuerpo e hizo sonar su silbato. Fue entonces cuando acudió el doctor Llewellyn, quien aseguró que la occisa llevaba muerta apenas media hora como consecuencia de dos profundos cortes en la garganta que casi la decapitaron.

Para evitar que cundiera el pánico, la policía decidió no examinar el cadáver de Nicholls en plena calle (primer error); en cambio, se apresuraron a lavar el pavimento antes de cualquier examen pericial (segundo error). Al frente de la investigación quedó el detective Frederick G. Abberline, ejemplo de profesionalidad, quien reconoció que aquel hombre “no dejaba la menor pista”. La prensa dijo entonces que el crimen parecía ser un acto cometido por una banda de jóvenes violentos que andaban por el barrio.

Annie Chatman fue hallada pocos días después, en la madrugada del viernes 8 de septiembre de 1888, a las 5:55 a.m. El cadáver apareció en el patio interior del número 29 de la calle Hanbury. En el lugar de los hechos se presentaron el inspector Joseph Chandler y el doctor George Phillips. La multitud aterrorizada gritaba: ‛¡Han matado a otra mujer!’, y los diarios no demoraron en hacerse eco de esta noticia. El primer sospechoso, el zapatero judío John Pizer, fue apresado y puesto en libertad casi de inmediato, al quedar demostrada su inocencia. Gracias al delantal de cuero que se encontró cerca del cadáver y a las declaraciones de algunas prostitutas que aseguraban haber sido agredidas habitualmente por un hombre que lo usaba, el asesino se ganó su primer apodo: Delantal de Cuero.

El 24 de septiembre, el comisario sir Charles Warren recibió una misiva donde el autor se autodefinía como un asesino atormentado y amenazaba con llevar a cabo más crímenes. La carta no proporcionó ninguna pista, pero este fue el momento en que la policía cometió su tercer error, al ofrecerles la carta a los periódicos con la esperanza de que alguien reconociera la letra y se los comunicara, sin ni siquiera estar seguros de que la misiva fuera realmente de la autoría del asesino.
Esta primera carta se conoce con el nombre “Querido Jefe”. Muchos investigadores están convencidos de que esta primera misiva sí fue escrita por Jack el Destripador, así como las demás que comenzaban con la misma frase. Las restantes ―la mayoría―, se les atribuyen en la actualidad a unos emprendedores periodistas. La policía cometió la falta de publicar reproducciones de las cartas en panfletos y periódicos, sin embargo, sólo consiguieron extender el terror en la población. A raíz de esto se recibieron centenares de mensajes más y se asumió que todos habían sido escritos por el Destripador (cuarto error).

Luego del asesinato de Annie Chatman, se decidió crear un Comité de Vigilancia. Esta fue la quinta falta. Las calles se llenaron de personas que, al parecer, estaban dispuestas a atrapar al asesino, pero nadie sabía a ciencia cierta a quién buscaban. Para rematar, se le puso un precio a la cabeza del Destripador y esto provocó que entre los mismos vecinos, todos hundidos en la más absoluta miseria, se delataran unos a otros con la esperanza de cobrar el dinero. En resumen, se generó un caos incontrolable.

Más tarde, en la noche del 29 de septiembre de 1888, apareció el cadáver de Elizabeth Stride. Su cuerpo fue hallado a la 1:00 a.m. Media hora después, Catherine Eddowes fue encontrada muerta. Las autopsias de ambas revelaron que el criminal aumentaba progresivamente su brutalidad. En las escenas no se encontraron pistas, ni armas, ni carteras, ni ningún rastro significativo. Lo único que se halló fue un letrero escrito con tiza en una pared que decía: No hay por qué culpar a los judíos.
Bajo el letrero se descubrió un trozo de tela empapado en sangre, presumiblemente de Catherine. El comisario Warren ordenó borrar el letrero para evitar que el miedo despertara recelos en la comunidad judía que habitaba la zona. La orden impidió fotografiar el texto para cotejar la letra con las cartas que seguían llegando a los periódicos (sexto error).

La policía lo creyó una falsa pista dejada por el asesino e intentó evitar problemas con los judíos. Sin embargo, caben dos posibilidades. La primera, que en realidad fuese una pista dejada por el asesino queriendo obstaculizar la investigación o pretendiendo burlarse de la incapacidad policial. La segunda, bien pudo ser una pista dejada por el asesino, pero para nada falsa. Después de todo estaba jugando con la policía y quizás, al ver que los pobres infelices no avanzaban ni un paso, quiso arrojarles algún hueso para que fueran royendo.

La noche del 8 de noviembre de 1888, fue hallado el cuerpo de Mary Jeannette Kelly. Esa noche había sido de luna nueva (llama la atención que el primer asesinato, así como la noche del doble homicidio, la luna haya estado en cuarto menguante. Por otra parte, en las noches correspondientes al segundo y quinto asesinatos, había luna nueva. Esto indica que el asesino escogía noches oscuras para llevar a cabo sus crímenes) y era un lunes previo a un martes festivo. Apareció muerta en el número 26 de Dorset Street. Abberline sufrió una gran conmoción al ver que nuevamente había fallado y que otra víctima se sumaba a la lista de Jack el Destripador.

A Muchos les extrañó que la nueva víctima fuera encontrada bajo techo. Quizás por la fuerte vigilancia existente en las calles, Jack se decidió a cometer este crimen en el interior de una habitación. Una vez más, los agentes de Scotland Yard no tuvieron ninguna pista. Sólo pudieron interrogar a los vecinos y realizar la autopsia del cuerpo de la joven. Según el forense, el cadáver llevaba 12 horas sin vida. Se encontró a las 11:00 a.m.

Tras todos estos asesinatos y la falta de respuesta por parte de la policía, resultaba lógico que muchos pensaran que en realidad Scotland Yard había ocultado pruebas que inculpaban a importantes personalidades del Gobierno. Si esto fuese real, ése hubiese sido el mayor error de la policía.

Recientemente se realizó un retrato-robot de Jack el Destripador a partir de la descripción que en su momento dieron los testigos. La foto apareció publicada en todos los periódicos del mundo. Por fin, Jack el Destripador tenía rostro. Sin embargo, la foto no dice nada sobre el nombre del misterioso personaje.

Para rematar, el fantasma de Jack hace un nuevo intento de escapar de la justicia y para ello vuelve a ser noticia. Hace pocos días el historiador estadounidense Andrew Cook, autor del libro Caso cerrado, concluye que el famoso asesino en serie no fue más que el fruto imaginario de un puñado de periodistas. Agrega que los cinco asesinatos cometidos no podían ser perpetrados por la misma persona y, de paso, excluyó definitivamente a Jack de ser el autor de otros seis crímenes que desde hacía tiempo los investigadores habían dejado de achacarle. Toda su hipótesis se sustenta en una entrevista que en su momento dio a la prensa el policía cirujano de la división policial de Whitechapel, Percy Clark, donde dijo: “Mi impresión es que un hombre fue el responsable de tres de los cinco crímenes: Pero yo no diría que fuera el autor de los otros dos”.

Otra de las pruebas aportadas por Cook es el discurso pronunciado por el comisario Thomas Arnold en ocasión de la cena de su jubilación, en el que insinuó que nunca creyó que Mary Nelly fuera víctima del “Señor Destripador”.

De cualquier modo, la idea de un asesino en serie ya había sido asimilada por la comunidad con la ayuda de los reporteros del diario Star, que, gracias a la historia, incrementaron la tirada del tabloide hasta unos 232 000 ejemplares. Cook refresca la memoria al señalar que fue precisamente el Star el que inventó la teoría del asesino en serie, mucho antes incluso de que la policía tuviera en cuenta esa teoría. De hecho, Cook apunta que fue el Star el diario que fabricó la célebre carta que comienza con el escalofriante “Querido Jefe” y donde el destripador se jacta de sus presuntos crímenes. No complacido con ello, Andrew Cook hizo que la misiva fuera examinada por un experto calígrafo, quien determinó que la letra pertenecía a Frederick Best, uno de los periodistas del Star.

El libro de Cook no parece haber puesto punto final al debate y sólo ha servido de alimento para la leyenda. La verdad es que, aunque nunca pudieron atrapar a nadie, sobraron sospechosos. Algunos de ellos quedan descartados gracias a las nuevas investigaciones. Pero otros se mantienen en la lista negra, pues bien pudieron haber sido Jack el Destripador.

July 20, 2009

Gertrude Stein: Una generación perdida

Por Maykel Reyes Leyva


Desandando los vericuetos de la historia de Ernest Hemingway, el nombre de una escritora suele saltar con increíble insistencia: Gertrude Stein. Es prácticamente imposible hablar del Premio Nobel de Literatura sin mencionar el nombre de la mujer que tanto influyó -positiva y negativamente- en su manera de hacer.

Quiso el destino que su vasta obra (caracterizada por un alto nivel experimental) quedase relegada a un plano menor. Si hoy, más de 50 años después de su muerte, todavía hablamos de Gertrude Stein, es por los vínculos que sostuvo con aquellos grandes escritores norteamericanos a los cuales denominó, casi por azar, “generación perdida”.

Gertrude Stein, la más pequeña de cinco hermanos, nació en Allegheny, Pennsylvania, el 3 de febrero de 1874. Estudió Psicología en la Universidad de Harvard. Bajo la influencia del famoso psicólogo William James, experimentó con la escritura automática. De ahí que uno de sus trabajos fuese publicado en Harvard Review of Psychology. Aunque no se hizo psicóloga, nunca dejó de reconocer que las teorías y concepciones filosóficas sobre el pragmatismo, de William James, habían ejercido un determinado efecto en su obra.

Se radicó en Francia en 1903. En 1909 publicó el libro Tres vidas, integrado por tres novelas cortas: La buena Ana; Melanctha y La dulce Lena. Con su publicación, la Stein no obtuvo gran fama. Se le hizo notar cierta influencia de Flaubert. A pesar de eso, ella misma consideraba su obra en un grado mucho más alto, llegando a afirmar que Melanctha había sido “el primer paso en firme de la literatura del siglo XIX a la literatura del siglo XX”.

Para entonces ya había convertido su hogar (en el 27 de la rue de Fleurus) en centro de reunión de los movimientos de vanguardia de mayor influencia en las letras y las artes del siglo XX. Era visitada con bastante frecuencia por los pintores Pablo Picasso y Henry Matisse, y los escritores Francis Scout Fitzgerald, Sherwood Anderson y Ezra Pound, entre otros.

Stein era suficientemente joven para entender a los artistas, suficientemente madura para patrocinarlos y suficientemente acaudalada para comprar sus pinturas. Adquirió muchos cuadros de genios que en ese entonces eran desconocidos: Cézanne, Monet, Rendir, Daumier, Gauguin, Picasso...

Ernest Hemingway fue quien más influyó en su inmortalidad al dejar constancia de su existencia en París era una fiesta. La relación mantenida entre ambos, signada por la admiración y el odio, parece cosa de novela. El Premio Nobel la describió de la siguiente forma: “Miss Stein era muy voluminosa, pero no alta, de constitución física maciza como de campesina. Tenía unos ojos hermosos y un rostro de fuertes rasgos judeoalemanes, pero hubieran podido ser muy bien friulanos, y me recordaba a una labriega del norte de Italia con sus ropas y su cara expresiva y su hermoso, copioso y vívido cabello de inmigrante, peinado en un moño alto que seguramente no había cambiado desde sus tiempos de estudiante. Hablaba sin parar y al principio lo hizo sobre personas y lugares.”

Era una amante empedernida de la pintura, en especial del cubismo y el abstraccionismo, al punto de intentar insertar estas tendencias en sus textos. Esto no le impidió considerarse a sí misma una defensora del realismo. Aseguraba que las palabras debían expresar la realidad de manera inmediata (en forma directa, decía), si se pretendía reproducirla. Para conseguirlo, era necesario rechazar incluso el contenido, al que consideraba la envoltura exterior de la palabra. En consecuencia, la Stein negó la relación del arte con la realidad e incluso, la representación de las relaciones causales entre los distintos fenómenos en la naturaleza y la sociedad. Debido a esto confeccionó un sistema especial que le permitió crear una escuela de abstraccionismo literario, de la cual era la jefa y su única representante. Al inventar lo que ella misma llamó “cuarta dimensión” (reconocido como el concepto del presente continuado), pretendió producir un viraje en la literatura. Fue así que intentó utilizar las palabras como si estuvieran privadas de todo contenido, pero esta tarea le fue completamente imposible, pues para hacer pura la lengua literaria, era necesario separarla del pensamiento. Todo parece indicar que ella misma llegó a esta conclusión cuando sus experimentos abstraccionistas la llevaron al límite de la creación de palabras de su nuevo lenguaje personal.
Con la frase “Rose is a rose is a rose” (traducida habitualmente como “una rosa es una rosa y siempre será una rosa”), parte del poema Sacred Emily contenido en el volumen Geography and Plays, acuñó su propio estilo llamado “Litismo”.

Sin embargo, los experimentos de Getrude Stein sirvieron para algo: advirtieron a otros escritores que no los repitieran. Contradictoriamente, fueron estos mismos experimentos los que atrajeron la atención de Hemingway. Hoy todos los críticos están de acuerdo en que la influencia de la Stein en la carrera de Ernest Hemingway y de Sherwood Anderson podría considerarse pequeña e insignificante. Anderson reconoció que lo que llamaba su atención de la Stein eran sus experimentos verbales, mientras Hemingway afirmaba que lo que le gustaba era la simplificación de la sintaxis y el arte de la repetición de las palabras. Cuando leemos las obras de estos dos grandes escritores norteamericanos, no podemos evitar preguntarnos cuánto de pequeña e insignificante fue la influencia.

La obra de Gertrude Stein fue bastante amplia: Three lives (1909); Tender buttons: objects, food, rooms (1914); Geography and Plays (1922); The making of americans (1925); Four saints in three acts (1929); Useful knowledge (1929); How to write (1931); The autobiography of Alice B. Toklas (1933); Lectures in America (1935); The Geographical history of America or the relation of human nature to the human mind (1936); Everybody´s autobiography (1937); Picasso (1938); Ida; a novel (1941); Wars I have seen (1945); Last operas and plays (1949); The things as they are (escrita bajo el titulo original de Q.E.D. en 1903 y posteriormente publicada como Thing as they are en 1950); Patriarchal poetry (1953), y Alphabets and birthdays (1957).

Si hoy su obra acumula polvo mientras su personalidad sigue despertando interés, es precisamente por la relación que sostuvo Gertrude Stein con el joven e inexperto Hemingway, quien se presentó una mañana de primavera del año 1922 ante la puerta del apartamento de la escritora.

En un inicio establecieron una fecunda amistad. Hemingway decía: “Gertrude Stein y yo somos como hermanos. Nos vemos con frecuencia.” Ella sería la madrina de su primer hijo, John Hadley. Pero el idilio terminó cuando, a las puertas de una nueva guerra, Hemingway decide alejarse de la influencia de Gertrude Stein y del círculo que la rodeaba en París, para buscar su propio futuro, sin saber que sería el líder de la generación que nació en el marco de las dos guerras. El incidente que puso punto final a la amistad fue la publicación, en 1926, de la novela de Hemingway Torrentes de primavera, en la cual hacía referencias hilarantes a la monumental obra de Gertrude Ser norteamericanos, que había sido publicada en 1925. La Stein jamás perdonó la ofensa.

Gertrude Stein era un ser egocéntrico. Solía llamarse a sí misma genio. En Autobiografía de Alice B. Toklas (escrito por ella misma pero bajo el nombre de la mujer que fuera su amante y secretaria por más de 25 años) y en La autobiografía de cada cual, maneja hechos que conciernen a otros escritores a quienes conocía. Estos dos libros, a diferencia del resto de su obra, tuvieron éxito debido a los chismes allí plasmados. Hemingway fue uno de los más perjudicados por Gertrude Stein y muchos años después, él se tomó la venganza en París era una fiesta. En esta biografía novelada, el Dios de Bronce de la literatura norteamericana narra una conversación que sostuvo con la Stein, donde ella los acusaba (a él, a Sherwood Anderson, a Ezra Pound, a John Dos Passos...) de haber perdido su lugar en la vida, emborracharse hasta morir, no sentir respeto hacia nada y de tratar de llenar su vacío espiritual con el flirteo, el vino y los espectáculos. “Todos ustedes son une génération perdue”, le dijo. Hemingway trató de defenderse, pero ella lo cortó regañándolo: “No me discuta, Hemingway. No le hace ningún favor. Todos ustedes son una generación perdida...”

Stein fue considerada un ser aislado de la sociedad, que no seguía las tendencias de sus contemporáneos. Pasó por alto los grandes acontecimientos de su tiempo, concentrada únicamente en sus experimentos verbales. Una vez comentó que “los negros no eran víctimas de persecución sino víctimas del vacío o de la nada”. Sobre la época de la depresión dejó la siguiente constancia: “Es divertido, muy divertido y, sin embargo, completamente absurdo que, en medio de un desempleo y una miseria enormes, usted nunca pueda hallar a nadie que trabaje para usted. Es cómico, pero la vida es así.” Años después, casi a punto de morir, alguien le preguntó sobre la bomba atómica. Ella contestó: “Dije que no estaba en condiciones de interesarme por ella. (...) Es posible que estén asustados. Yo no lo estoy.” Todo esto hizo que B. L. Reid escribiese: “Es justo decir que la verdadera posición de Gertrude Stein es antiliteraria, antintelectual y, a menudo, antihumana y antimoral. Toda su orientación es despiadadamente egocéntrica.”

Gertrude Stein fue una mujer de fuerte personalidad, feminista y lesbiana que, en su afán por trascender, no creó ningún valor artístico de consideración. Murió el 27 de julio de 1946, en París.