Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

viernes, 2 de julio de 2010

Terror en la ausencia del terror

Por MAYKEL REYES LEYVA

Tengo en casa una escalofriante colección encabezada por tres tomos de las Narraciones Completas de Edgar Allan Poe, publicadas en 1973 por Ediciones Huracán, del Instituto Cubano del Libro, y que incluye, además, verdaderas joyas del género de Terror, como La isla del doctor Moreau, de H. G. Wells; Otra vuelta de tuerca, de Henry James; El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, de Robert Louis Stevenson; El cerebro de Donovan, de Curt Siodmak; El horla, de Maupassant; Aura, del mexicano Carlos Fuentes; y los clásicos Drácula, de Bram Stoker; Frankenstein, de Mary Shelley; y El resplandor, del maestro indiscutible del género, Stephen King, publicado en 2007 por la Editorial Arte y Literatura.



A esta nada despreciable lista viene a sumarse otro titulo de gran valor: Cuentos maravillosos y escalofriantes (Editorial Gente Nueva, 2009), una antología cuyos cuentos fueron seleccionados y prologados por el escritor Alberto Garrandés.

Siempre es un placer volver sobre aquellos autores consagrados, sin los cuales no puede contarse la historia del género: Poe, Hoffman, Stevenson, Maupassant, Wells, pero considero que el mérito principal de esta antología es que nos permite descubrir a otros no tan conocidos en la Isla como John William Polidori, Frederick Marryat, Algernon Blackwood, Henry Kuttner, Lord Dunsany, León Bloy y la única mujer de la antología: Mary Elizabeth Braddon. Los temas vienen siendo los mismos de otras selecciones editadas en Cuba o fuera de ella: vampiros, licántropos, bosques encantados, fantasmas, las pesadillas más terribles... No obstante, al finalizar la lectura me queda un extraño sabor en la boca. Tal parece que durante la segunda mitad del siglo XX nadie se dedicó a escribir cuentos de terror. Mucho menos, en idioma español y lo que es peor, en Cuba.

Creo que el cine, la televisión e Internet llevaron a la extinción a los monstruos que solían poblar las noches tormentosas de los libros. Cierto es que a mediados y finales del siglo pasado, el género sufrió un brusco decaimiento (en la literatura, no así en el cine, que cuando no es capaz de crear sus propios monstruos, los toma prestados del mundo de las letras) que todavía hoy permite contar con los dedos de una mano a los autores que se han dedicado a él (ya mencioné a Stephen King y a Carlos Fuentes, poderosos exponentes que proceden de culturas distintas y que lo llevan a cabo con diferentes estilos). Sin embargo, se extraña en Cuba una antología con cuentos no sólo desconocidos para los lectores de la Isla, sino también más cercanos en el tiempo, porque siento que es una deuda que se tiene no sólo con los fanáticos del Terror, sino con el Terror mismo.

De fantasmas está poblada nuestra mitología, y de brujas, y de casas encantadas, y de diablos, güijes, duendes, hasta de extraños objetos voladores como la Luz de Yara. Anécdotas espeluznantes se cuentan en Mitología cubana, de Samuel Feijóo, y existen las llamadas “leyendas urbanas”, ninguna recogida en texto alguno, pero que mencionan seres aterradores como el archiconocido Coco u Hombre del Saco (con los que con tanto miedo se duerme a los niños), además del espíritu de la Pelirroja, una joven que suele aparecer durante las noches en las duchas de los albergues de las escuelas en el campo, y muchos otros que al igual que éstos trascienden a través de la vía oral y que bien pudieran servir para protagonizar una historia de terror completamente cubana.

Incluso, a veces pienso que la escasez de escritores de lo misterioso y escalofriante en nuestro archipiélago se debe, precisamente, al desconocimiento que sobre lo más actual del género existe. Hasta han llegado a decir que el Terror es para adolescentes, cuando la realidad del resto del mundo demuestra que esto no es cierto. Pensé que opiniones como esas ya no cabían en la mente del lector moderno. (Por ese mismo filtro pasó el Policiaco y la Ciencia-ficción, dos géneros bastante explotados en Cuba, con sus respectivas altas y bajas, como es lógico, pero que han sabido mantenerse a flote con absoluta maestría). Pero lo más triste es que no podamos mencionar ni un solo nombre de un autor cubano que pueda vincularse al género. Ni en la literatura, ni en el cine. La interrogante, pues, sería: ¿Es posible publicar una antología de cuentos de Terror escrita por autores nacionales o, en su defecto, con autores latinoamericanos o de cualquier parte del mundo, pertenecientes a la segunda mitad del siglo XX?

Desdeñar los cuentos de miedo por considerarlos un arte menor, es hacer el papel de la Inquisición y darle la espalda a una realidad inevitable. Casi a comienzos de la segunda década del siglo XXI todavía los fantasmas conviven con nosotros, se mezclan con entes oscuros de largos colmillos que aguardan silenciosos una gota de sangre (o una mente imaginativa) que les permita vivir por muchos años más.