Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

lunes, 8 de noviembre de 2010

La metamorfosis del vampiro

Por MAYKEL REYES LEYVA


En Vampiros S.A., de Josef Nesvadra, se narra la curiosa historia de un hombre a partir del momento en que “hereda” un fabuloso auto de carreras, único de su tipo, el sueño de cualquier persona amante a los autos de lujo. Sin embargo, la naturaleza vampírica del vehículo, su necesidad de sangre para ponerse en movimiento, nos da una idea de cuánto se ha desarrollado ―incluso tecnológicamente― el mito del vampiro en la literatura universal.

Hoy es muy difícil encontrar a un vampiro en estado puro, sobre todo en el cine y el comic. El vampirismo suele aparecer como consecuencia de un virus creado en un laboratorio (arma biológica que, como Frankenstein, termina por volverse contra su creador) o en seres provenientes de otro lugar del Universo, dispuestos a todo por conquistar este planeta. Lo cierto es que fuese cual fuera la forma tomada, es indiscutible el hecho de que el vampiro es el único ser maligno que permanece en constante cambio.

Es muy probable que el vampiro sea, de todos los espectros del mal, el de más influencia tanto en la literatura como en el cine. Su buena salud (debido quizás a la sangre como dieta única) le ha permitido trascender los límites del tiempo y del espacio. Ha superado con creces los relatos protagonizados por el Diablo ―ente supremo del Mal―, las brujas, los muertos vivientes (zombies), los hombres lobo y cualquier otra criatura de espíritu perverso.

La palabra vampiro comenzó a ser usada en la Europa del siglo XVIII. Fue incluida por primera vez en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en la novena edición de 1843. Su origen está en la palabra vampire, que ya era usada en inglés y francés y que, a su vez, provenía del término vampir, de la lengua alemana, derivada del polaco wampir y éste del eslavo arcaico oper, que significa ser volador, beber o chupar e incluso lobo, además de que con esa palabra se hacía referencia a un tipo de murciélago hematófago. 

Sus nombres varían, como es lógico, dependiendo del lugar de procedencia. Así encontramos al brucolaco (griego), al kuei-jin (japonés), al strigoï (rumano moderno), al upior (polaco), al upir (ruso antiguo), vampir (búlgaro), al vampyrus (latín), al vrolok (eslovaco) y al vurdalak (ruso moderno), por sólo citar algunos ejemplos. 

De vampiros se viene hablando desde las antiguas leyendas hebreas , y nos sorprendería saber el tremendo alcance que llegó a tener el mito en todos los rincones del mundo. Incluso en Cuba, en donde la figura del vampiro no llegó a echar raíces, el mito se unificó a otro bien conocido, el de las brujas, esas hermosas mujeres que durante la noche poseían la facultad de transformarse en horrendas ancianas y alzaban el vuelo montadas en escobas para ir en busca de bebés a los cuales beberles la sangre a través del ombligo. 

En su desarrollo a través de la literatura, notamos que en un inicio el vampiro era indiferente a la luz del sol y no necesitaba ocultarse en un ataúd para pasar el día (El entierro, de Lord Byron; El vampiro, de John William Polidori). En cambio, ya en Drácula, de Bram Stoker (y también en Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu), la noche se convierte en un aliado indiscutible de la criatura y en un enemigo irreconciliable de los mortales , además de que el ataúd se vuelve un elemento importante de su caracterización. Si antes el vampiro podía convertirse en un murciélago (Drácula), en las Crónicas vampíricas de Anne Rice ya no hay transformación orgánica, aunque el vampiro sigue siendo capaz de volar, sólo que sin la necesidad de alas. El ataúd continúa siendo necesario para su supervivencia. Pero un poco más acá en el tiempo, notamos que en la saga Crepúsculo, de Stephanie Meyer, los vampiros son capaces de salir de día y no necesitan del ataúd, pues ni siquiera duermen. En Entrevista con el vampiro, por ejemplo, Louis aclara que el miedo al ajo, al agua bendita y a la cruz no son más que supersticiones sin ningún basamento real. Pero cuenta la lección recibida por Lestat, su creador y “maestro”, el vampiro más famoso después de Drácula, cuando éste le advierte que beber sangre de un cadáver puede acarrearle la muerte a un vampiro. 

Si en un inicio el vampiro estaba obligado a pernoctar en su tierra natal y a acechar a los miembros de su propia familia (como en Carmilla), ya en Drácula puede viajar largas distancias, siempre y cuando traiga consigo un poco de la tierra del cementerio donde está enterrado. En la actualidad, en series de televisión como Diario de un vampiro, los no-muertos viajan con absoluta libertad, debiendo preocuparse únicamente por la luz del sol. Asimismo, el vampiro con forma humana creado por Polidori se ve violentado por el vampiro invisible y sin forma reconocible de El Horla, de Guy de Maupassant. Y si antes el vampiro debía temerle a los vivos, ahora también sería aconsejable que se cuidara de sus semejantes, pues algunos de ellos (inmunes a la luz del sol) han jurado exterminarlos con el objetivo de proteger a la humanidad, como es el caso de Blade (el vampiro negro, mitad humano, mitad chupasangre ), de D. (el damphir cazador de vampiros) y de Saya (una chica japonesa que, sable en mano, aniquila a cuanto vampiro se le atraviesa en el camino). Para complicar más las cosas, ahora los licántropos (hombres lobo), le han declarado la muerte a los vampiros, como en el filme Bajo Mundo y la saga Crepúsculo, una adaptación al cine de la obra literaria.

Sin embargo, hay cosas que parece no van a cambiar nunca: la necesidad de sangre (no necesariamente humana, pero sí la preferida, aunque en ciertas culturas se aseguraba que la necesidad de sangre en los vampiros no era primordial y sí el fluido vital, es decir, la energía psíquica), los colmillos aterrorizantes, la fuerza suprahumana, la velocidad supersónica y la facultad de pasar desapercibido en medio de la sociedad. Razones suficientes para temerle a un vampiro.

En pocas palabras pudiera decirse que un vampiro es una criatura maligna obligada a beber sangre para mantenerse activa. A lo largo de la historia, dos tendencias han intentado responder a la pregunta ¿qué es un vampiro? Una de ellas pretende que los vampiros son muertos que regresan a la vida para martirizar la existencia de los vivos, una suerte de demonios condenados por toda la eternidad a girar en torno a los humanos. La otra tendencia, popularmente aceptada, nos dice que los vampiros no están muertos (ni tampoco vivos), pues como consecuencia de su condición permanecen en esta vida sin pertenecer a ella.

Cuentan las leyendas populares de diferentes países que un niño nacido con dentición es un candidato perfecto a convertirse en vampiro. También lo es el pequeño que nace séptimo de un total de siete varones. Y, además, aquel sujeto que se atreva a beber vino durante la Cuaresma. Y los perjuros, y los suicidas, y los excomulgados, al igual que aquella persona que ─tras ser mordida por un vampiro─ beba de la sangre del no-muerto.

Por suerte, a pesar de su fascinante inmortalidad, los vampiros tienen sus limitantes. Por ejemplo, la imagen de Cristo, la cruz y el agua bendita, son objetos que logran ahuyentarlos . La efectiva utilización del ajo como protección contra sus ataques, es un elemento que ya aparece en el Antiguo Egipto. Si se le lograba decapitar, colocarle un ajo en la boca evitaba su resurrección. No pueden, bajo ningún concepto, atravesar terrenos sagrados como los de una Iglesia. La luz del sol, capaz de destruirlo, es quizás el más popular de sus puntos débiles. Pero también lo es el hecho de estar obligado a dormir bajo su tierra natal, so pretexto de quedar vulnerable a la acción humana y a la pérdida de sus facultades sobrenaturales . A esto se le suma que el vampiro no puede volver a su tumba si no recupera la tapa de su ataúd (escondida previamente al salir del mismo), no proyecta sombra, no se refleja en los espejos, y sólo una estaca de madera clavada en su corazón (seguido de la decapitación y quema de dicho órgano con carbón de leña hervido) tiene la capacidad de exterminarlo. Agreguemos que ningún vampiro puede entrar en una casa si antes no ha sido debidamente invitado a hacerlo, hecho explotado en series de televisión como Diario de un vampiro y de filmes como Déjame entrar. 

Sin embargo, todas estas debilidades quedan minimizadas ante sus poderes, entre los que sobresalen los siguientes: El vampiro puede transformarse en el animal que desee (Drácula se convertía en murciélago y en lobo; Carmilla en un gato); es inmortal (en Entrevista con el vampiro, Lestat el vampiro y Armand el vampiro, se reitera el hecho de que Armand es el vampiro más antiguo del mundo y, por ende, es casi imposible liquidarlo); tiene la fuerza de veinte hombres (en una pelea contra él, un simple mortal lleva todas las de perder); puede engrandecer o empequeñecer su tamaño a voluntad (si no me creen, pregúntenle a la pobre Lucy Westenra o al infeliz Renfield, quienes no pudieron escapar a la sed de Drácula); y consigue hipnotizar a sus víctimas incluso a distancia, convirtiéndolas en marionetas de su deseo.

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