Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

jueves, 16 de octubre de 2008

Vivir del cuento (Entrevista a Maykel Reyes)


Por: Daniel Solano

Puede pasar inadvertido. Si llegas a notarlo, lo encontrarás parado en un rincón, solo, o sentado en la última fila, donde quizás la claridad no sea tan abundante. Si no te conoce, tendrás que hacer un tremendo esfuerzo para sacarle las palabras. Pero si llegas a intimar con él, puede tornarse un gran conversador.

Maykel Reyes tiene todas las características que siempre imaginamos en un escritor:tímido, observador, reflexivo, irónico, apasionado, nostálgico, dotado de un humor negro purísimo. Ha pasado por disímiles oficios y conocido a personas de toda clase. Es dueño de una serie de anécdotas de todo tipo, de chistes con doble sentido, pero además defiende a capa y espada sentimientos nobles como la amistad y el amor.

Le encanta viajar, pescar, coleccionar objetos, criar animales, jugar ajedrez. Es una mezcla curiosa este habanero de 32 años, pues aunque gusta de temas científicos –como la astronomía, la Historia, la arqueología, la criminalística y la psicología, por ejemplo-, bebe con verdadera fruición libros y artículos sobre metafísica, conocimientos esotéricos y espiritualismo.

Lo conocí en el año 2000. Nos unió el tema de uno de mis libros: los OVNI. Yo argumentaba que una buena parte de los objetos voladores no identificados eran naves espías, experimentales o secretas, creadas por potencias aero-cósmicas, como Estados Unidos y la antigua Unión Soviética. Maykel defendía su creencia de que eso podía ser posible, pero estaba convencido –todavía lo está- de que la mayor porción de los avistamientos se deben a inteligencias extraterrenas.

A pesar de la diferencia de opiniones, hemos sido amigos desde entonces. En el 2000, Maykel Reyes Leyva (Ciudad de La Habana, 1975), egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso (cuando todavía era Taller), obtuvo el Premio Nacional de Cuentos “Ernest Hemingway” y una de las Becas de Creación que ofrece el propio Centro. En el 2004 la Editorial Extramuros le publicó el libro de cuentos “Acá, en la orilla del mundo”. Ha sido jurado en diferentes certámenes de narrativa y además, ha colaborado con sus cuentos en revistas nacionales y extranjeras. Incluso, durante un tiempo colaboró con el semanario internacional Orbe, de Prensa Latina. Graduado del primer curso de guión de cine y televisión impartido durante el 2005-2006 por el Centro Onelio en colaboración con la Casa Productora de Series y Telenovelas, ahora Maykel escribe para el Departamento de Dramatizados de la Televisión Cubana.

Siempre tenemos algo de qué hablar. Cada vez que viajo a la capital, desde Cárdenas, Matanzas, lo visito. Suelo debatir con él temas de los más disímiles campos del conocimiento, en especial, aquellos que en sus misterios aún no explicados, parecen ilustrar en qué clase de planeta vivimos. De ese cruce de ideas, surgieron las preguntas y respuestas que siguen.

¿Cómo te definirías: cuentista, poeta, periodista o guionista?
Desde que tengo 10 años escribo cuentos. Puedes sacar la cuenta, si quieres. La poesía es sólo una necesidad escatológica. Ni siquiera soy bueno escribiéndola. El periodismo nunca lo he estudiado, aunque me hubiese gustado. Lo poco que he hecho en esa rama ha sido de manera intuitiva y no me fue mal, es cierto, pero por respeto al oficio y a los lectores me arriesgo poco. Los guiones son otra cosa. Siempre quise escribir para la televisión o el cine, pero también es una solución económica que encontré para mi vida. Definitivamente, soy cuentista. Es lo único que hago por amor, que disfruto y sufro haciéndolo.

¿Cómo llegas a la literatura?
De niño quise ser muchas cosas: titiritero, historietista, hasta entré una vez en una escuela de pintura. Incluso, ya de adolescente incursioné como actor en dos grupos de teatro. Pero fue en sexto grado cuando descubrí que podía escribir cuentos. La maestra que tenía incitó a los alumnos a escribir una historia y puso de ejemplo cuentos que ella misma había escrito de niña. Me sentí motivado y la imaginación se me desbocó. Escribí un cuento que titulé Extraterrestres. A la maestra le gustó tanto que lo puso en el mural del aula. Desde entonces no he podido parar de escribir. Ni quiero.

¿Siempre supiste que querías ser escritor?
No, en realidad no. No tuve conciencia de que quería ser escritor hasta los 16 ó 17 años de edad. Entré en el Taller Literario de San Miguel del Padrón y me enfrenté a un mundo que no conocía y que me fascinaba. Fue a partir de ahí que comencé a tomármelo en serio.

Ya que tocas el tema, ¿qué opinas de los talleres literarios?
He pasado por cuatro talleres literarios desde los 14 años hasta acá. El primero, el Taller Imágenes, me enseñó una cosa importantísima: que era pésimo poeta y un cuentista regular. El segundo, el Taller Ernest Hemingway de San Miguel del Padrón, dirigido por Ángela Casanova, me enseñó que podía escribir sobre temas cubanos, además que me dio ciertas herramientas que nunca olvidé, como por ejemplo a mantener el punto de vista del narrador. Gracias a ese taller cogí menciones en concursos nacionales y premios en concursos municipales. El tercero fue el Centro Onelio. Ese me dio el impulso que faltaba. Comencé a publicar y a ganar premios nacionales. El cuarto fue un tallercito que creé junto a varios amigos en casa de uno de ellos. Ha sido una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. De hecho, algunos de los cuentos tallereados allí han sido premiados y publicados, lo cual nos demostró que andábamos por buen camino. Así que te podrás imaginar que le tengo mucho respeto y consideración a los talleres literarios. Son realmente necesarios si se quiere aprender a escribir.

¿Tienes alguna disciplina para escribir?
Sí. No puedo escribir con hambre. (Me lo imagino soltando una carcajada). Además, me cuesta escribir durante el día. Prefiero la noche para escribir, entre las 11 y las 3 de la mañana. Dicen que es muy beneficioso para el oficio escribir todos los días. Sinceramente, yo no puedo hacer eso. Me gustaría y lo he intentado, pero no puedo. Necesito tener una idea, por leve que sea, en mi cabeza antes de sentarme a escribir.

¿Existe algún tipo de metodología para enfrentar la escritura?
No sé los demás, pero yo, al menos, tengo una idea dándome vueltas en la cabeza y enseguida busco la manera de ponerle un titulo. El titulo me ayuda mucho a construir la historia, es como si ya la estuviera viendo materializada. Después me siento y si la idea no sale de un tirón, la echo a la basura. Si sale de esa primera sentada, perfecto. Guardo el cuento un par de días, quizás más, depende. Luego, lo saco, lo leo con sangre fría, como si no fuera mío, y ahí es donde empiezan los verdaderos quebraderos de cabeza. Intentar darle forma a eso no es fácil. Quitar aquí, poner allá, omitir esto, sugerir aquello. Siempre me preocupo mucho por la psicología de los personajes, por sus diálogos. Cuando creo que está listo para ser leído por otros, comienzo a prestarlo. Escucho con atención todas las críticas y luego vuelvo a sentarme, una y otra vez, todas las veces que sea necesario. Cuando la historia me gusta, parece que no voy a terminar nunca.

¿Sobre qué escribes?
Casi todos mis cuentos tratan el tema de la soledad, del desamor. La mayoría de mis personajes son seres olvidados, llenos de rencores, nostalgias, deseos, miedos... Somos criaturas complejas nosotros los humanos. Muchas veces me pregunto qué hicimos para merecer el lugar que ocupamos en el Universo. Decimos que somos inteligentes, estamos convencidos de que es así; sin embargo, matamos sin necesidad, nos apropiamos de lo ajeno, mentimos, traicionamos, tomamos decisiones erradas, y casi siempre, cuando tomamos la decisión correcta, ya es demasiado tarde... Ni siquiera somos capaces de darle el valor que merecen a las personas que nos rodean y que sabemos que nos aman. Luego, cuando las perdemos, nos preguntamos el por qué. Sobre eso escribo, sobre lo idiotas que somos.

Eso suena pesimista.
No suena pesimista,... es pesimista. Pero por desgracia, también es verdad.

Dime algo, sinceramente. ¿Por qué no publicas con más frecuencia?
No publico más porque nunca me he dedicado a perseguir las publicaciones. Intento concentrarme en aprender a escribir primero, antes que dedicarme a publicar. Siempre dije que lo mucho o poco que yo consiguiera como escritor, lo lograría por esfuerzo propio, por el escaso o abundante talento que tuviera, y no porque soy amigo de éste o hijo de aquél, ya sabes, la palanca. Te cuento una anécdota, sencilla. En el año 2000 tuve la oportunidad de participar allá en Matanzas en un Encuentro Nacional de Escritores. Allí convergieron grandes escritores de este país: Francisco López Sacha, Eduardo Heras León, Guillermito Vidal, Raúl Aguiar, Agustín de Rojas, Alberto Guerra, Marta Rojas, Marilyn Bobes, Leonardo Padura, y algunos escritores jóvenes como Susana Haug, Michel Encinosa, Adriana Zamora, en fin... Me sentía como pez fuera del agua, pues nadie me conocía y yo los conocía a todos, los había leído alguna vez. Me pasé casi todo el tiempo solo, apartado, observando a aquellos seres que eran reconocidos a nivel nacional. Pues bien, durante el fin de semana se hicieron rondas de lecturas, cada uno debía leer un cuento suyo, y recuerdo que a mí me tocó entre los últimos. Leí mi cuento y al terminar, mientras me aplaudían, levanto la vista y veo que Heras León, parado entre la multitud presente, me hace una seña de “muy bien”. Luego, a la hora del almuerzo, cuando entro al restaurante del hotel donde estábamos hospedados, me quedo desorientado, sin saber dónde sentarme, pues la única mesa que tenía asientos vacíos era en la que estaban sentados Padura y su esposa. Me pongo a buscar dónde sentarme y siento que alguien me agarra por un codo y al voltearme veo que es Padura que me dice: “Ven, siéntate aquí”, y unos segundos después se nos unió Heras León. Así que, de pronto, me veo sentado en la misma mesa con Eduardo Heras León y Leonardo Padura Fuentes. Podrás imaginarte mi sorpresa, tener semejante oportunidad gracias simple y llanamente a un cuento mío. Te cuento más. A la hora de la despedida, Guillermito Vidal me pasa un brazo por sobre los hombros y le dice a Heras León: “Cuídame a este muchacho, que es de los buenos”. Fue la primera y última vez que vi a Guillermo Vidal, son las únicas palabras que recuerdo de él. Eso es lo que siempre he esperado de la vida: que sólo me abra las puertas que yo me haya ganado.

¿Se asemejan mucho el acto de construir un cuento y el de construir un guión?
Estoy seguro que cualquiera que tenga conocimientos de ambas cosas te va a decir que no. Salvo por el hecho de que en ambos géneros tienes obligatoriamente que contar una historia, no creo que ninguna de las dos manifestaciones se parezca. Cuando escribes un cuento o una novela, puedes empezar sin saber siquiera a dónde vas a parar, dejar que los personajes actúen libremente, que la historia te sorprenda a cada paso. Hacer eso en guiones es casi un salvajismo. El guión no da margen a la inspiración. Todo tiene que estar planificado, cada punto de giro, el detonante, el clímax y el desenlace. Los personajes no pueden ir por la historia haciendo lo que les venga en gana. De hecho, cuando te sientas a escribir la primera escena, ya sabes perfectamente bien cuál va a ser la última.

¿Qué literatura lees?
Me fascina la ciencia-ficción, la fantasía, el terror y los policíacos. Historias donde haya movimiento, alguna intriga o la búsqueda de algo. De hecho, comencé a escribir imitando a Ray Bradbury y a Raymond Chandler. Ellos me guiaron hacia Poe, Quiroga, Dashiell Hammett y Arthur Conan Doyle. Actualmente leo casi cualquier cosa, preferiblemente cuentos.

¿Cuáles son los cuentos o autores que no hay que dejar de leer?
A Quiroga hay que leerlo completo. Igual pasa con Poe. Otro tanto con Chéjov. El mejor ejemplo de un cuento que uno nunca debe dejar de leer es Los asesinos, de Hemingway. Lo demás, es a gusto del consumidor.

¿Tus libros de cabecera?
Dos. Adiós a las armas, de Hemingway, y Fahrenheit 451, de Bradbury.

¿Tienes alguna influencia?
Me gusta pensar que sí. Estoy influenciado por Hemingway. Es mi escritor preferido. Admiro su obra y su vida. Lo admiro y lo envidio. Es una pena no haberlo conocido personalmente.

¿Qué opinas de la actual literatura cubana?
Mejor pregúntame otra cosa. Este tipo de preguntas me da dolor de cabeza. Es que soy un poco miope y la verdad es que me cuesta responder a preguntas tan abarcadoras. Sólo te puedo decir algo: creo que en este momento hay para escoger.

¿Profesores o guías que has tenido?
¿Ves? Esa pregunta sí me gusta. He tenido buenos profesores. Pepe Siberios, periodista ya fallecido; Pablo Bergues, novelista; Ernesto Ernesto, novelista de Batanabanó; Francisco López Sacha, cuentista; Juan Losada, guionista, y del que más he aprendido es, sin dudas, Eduardo Heras León. Estos me han enseñado de manera directa a escribir. De manera indirecta, Ernest Hemingway. Como ves, mejor equipo no lo quiero.

¿Consejos para los que escriben?
Escribir siempre.

¿Planes futuros?
¿Es difícil de imaginar? (Creo ver una sonrisa en sus labios). Vivir del cuento.


(Esta entrevista fue publicado en el sitio web del Centro de Formación Literaria "Onelio Jorge Cardoso", a comienzos de 2008).

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