Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

viernes, 20 de marzo de 2009

Impreso vs. Digital

Por MAYKEL REYES LEYVA


En un principio, los libros fueron hechos a mano sobre pieles exóticas por un grupo reducido de monjes. ¡En latín! Las únicas personas que podían leerlos eran los sacerdotes, quienes se extasiaban contemplando las ilustraciones dibujadas en los márgenes. Luego, Johannes Gutenberg inventó la imprenta y Martin Lutero vio que era bueno y la convirtió en una revolución. Editó biblias en idiomas legibles y las hizo llegar a personas que no eran sacerdotes. Todo el mundo pudo entonces leer la palabra de Dios y los libros se hicieron populares. Comenzaron a editarse textos de diversos temas hasta que, varios siglos después, nació el libro digital. Y ahí comenzó el dilema.




A estas alturas de la vida, a nadie se le ocurriría negar la gran trayectoria que durante siglos ha tenido el libro impreso. Su forma de interpretar el mundo, de hacer perdurar el conocimiento, de comunicarse... marcó definitivamente a la cultura universal. Sin embargo, el temor ante su posible extinción tuvo una razón más que sobrecogedora. El libro electrónico vino al mundo con una fuerza arrolladora, con una forma propia de explicar el mundo circundante, y de repente nos vimos hablando de narrativa no lineal, basada en el hipertexto, con audio, video, imagen, animación e interactividad.


Hasta hace pocos años parecía imposible que leer novelas en una pantalla de seis pulgadas pudiera ser algo frecuente. La XVIII Feria Internacional del Libro Cuba 2009 (y algunas de las convocatorias anteriores), ha sido una prueba palpable de la posibilidad de convivencia entre el libro impreso y el libro electrónico. Ambos soportes han compartido espacio no sólo en la Cabaña, sino a lo largo de toda la Isla, para beneplácito de los públicos lectores.

Ya hace tiempo que se viene alimentando la discusión sobre quién terminará por vencer la batalla por la supremacía: si el libro tradicional o el libro electrónico. No son pocos lo que opinan que ambos soportes son incompatibles. La práctica ha demostrado que los libros impresos son buenos para el ejercicio de la reflexión, la interpretación y la argumentación, mientras los libros electrónicos, a parte de cumplir con estas mismas funciones, se destacan por su capacidad para ofrecer información rápida, interactiva y flexible. Pero, aunque los textos digitales emiten información más amplia, ésta es más difusa y fragmentada, lo que demuestra, según algunos, que no podrán sustituir la disciplina que implica la escritura, el rigor de la investigación y la autoridad de su autor en un libro impreso. No obstante, aquí cabría preguntarse hasta qué punto un libro digital no pudiera encontrarse respaldado por el mismo rigor investigativo y la misma autoridad de su autor que un libro impreso.

Los ecologistas suelen defender a capa y espada la existencia de los textos electrónicos, pues estos reproductores consumen poca energía y reducen el consumo de papel. Los libros virtuales tienen a su favor, también, el coste de producción y distribución, que es mucho menor que en los libros impresos, siendo posible distribuirlos a nivel mundial sin limitaciones físicas ni de horarios. A esto debemos sumarle que son fáciles de actualizar y corregir, y que incorpora videos, audio..., permitiendo que sean interactivos.

Otra ventaja se encuentra en la capacidad que tienen los textos virtuales de ser almacenados en cualquier ordenador, y de modificar el tamaño del texto a gusto del lector. Podemos obtener explicaciones sobre su contenido aun antes de adquirirlos, y ya una vez comprados podemos descargarlos a cualquier hora y desde cualquier lugar. Los libros electrónicos nos brindan la posibilidad de conseguir ejemplares de obras que muy difícilmente encontraríamos en las librerías de barrio.

Los autores consagrados aseguran que gracias a los libros digitales pueden obtener mayores beneficios en concepto de derechos de autor. Esto no es difícil de entender si tenemos en cuenta que la firma tecnológica iSuppli pronostica que los beneficios de los libros electrónicos alcanzará los 291 millones de dólares en el 2012, una cifra verdaderamente sorprendente para cualquier negocio. Los noveles, por su parte, se sienten felices de poder publicar en digital sus obras con mayor facilidad.


A pesar de estas ventajas, los dispositivos de lectura continúan siendo caros, frágiles e incómodos por el tamaño reducido de sus pantallas y las bajas resoluciones que éstas poseen (lo cual, al parecer, no evita que cada vez mucha más gente utilice su tiempo en leer directo de los monitores). Nos encadenan a la tecnología al depender totalmente de energía eléctrica o baterías. Para colmo, siguen siendo pocos los títulos disponibles en formato digital, y si a eso le sumamos que su descarga puede ser interminable si no se dispone de un módem y una línea de conexión de alta velocidad, veremos que no todo en ellos es color de rosa.

Pero lejos de una rivalidad, los caminos conducen cada vez más hacia una complementariedad. Y sería de tontos no aprovecharla.

Por ejemplo. Está demostrado que mientras más e-books se regalan, más venta tienen los libros impresos. Es decir, que los textos virtuales sirven de marketing. Una buena parte de los lectores digitales acostumbran a comprar en impreso aquellos textos que ya leyeron digitalizados con anterioridad.

Estas diferencias y semejanzas entre ambos soportes, no impiden la coexistencia entre ellos. Nada quita que haya quienes prefieran poseer estantes llenos de libros polvorientos, y otros que opten por tener varios megas ocupados con textos en pdf o en doc. Pero el lector del futuro será aquel que tenga en casa tanto un libro impreso como uno digital y que eche mano de ellos indistintamente. Las cuestiones serán, en realidad, otras.

Vencida la disputa sobre cuál predominará sobre el otro, las reflexiones deben dirigirse en otras direcciones: ¿Deberán los lectores modificar sus hábitos de lectura? (De hecho, ya han comenzado a cambiarse estos hábitos gracias a la lectura no lineal a la que nos obligan los sitios web y los blogs, por sólo dar dos ejemplos). ¿Variará el papel de las editoriales y, por ende, de los editores? (Usted, desde su casa, sentado cómodamente en una terraza o en su cuarto, podrá editar cuantos libros se le antoje, subirlos a la red y ponerlos a disposición de los navegadores. Ya no hará falta, entonces, la institucionalización de las editoriales). ¿Alterarán los escritores su forma de escribir? (Para responder a esta interrogante, sólo tenemos que abrir cualquier sitio web, comenzar a leer y detenernos en medio de un párrafo cualquiera donde el escritor ha puesto algo así como: “La guerra ha causado miles de bajas entre los civiles. Si quiere ver la galería de imágenes, pinche aquí”, algo que no era habitual hasta hace unos años).

A estas alturas (¿qué duda cabe?) el futuro se muestra nítido con respecto a los libros: independientemente de los apellidos que tengan, vinieron al mundo para quedarse y sólo desaparecerán cuando el postrero ser humano del planeta lance al Cosmos su último aliento de vida.

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