Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

viernes, 13 de marzo de 2009

¡VAMPIROS! ¿En Cuba?

Por MAYKEL REYES LEYVA


Bram Stoker fue el culpable. Pudiéramos llevarlo a la horca sin temor al remordimiento. Fue él quien nos mostró el placer de una buena mordida en la yugular de la literatura de terror. Y aún hoy, más de cien años después, nos mantenemos sedientos. Queremos e iremos por más.


Desde la publicación, en 1897, de Drácula, nuestras noches no han sido las mismas. Es cierto que desde su primera edición el libro no ha dejado de publicarse, pero también es cierto que la difusión del mito literario se debe, principalmente, al cine. Drácula fue recibida como una novela gótica tardía y su repercusión fue tal que sorprendió al propio autor. De hecho, si no hubiese sido por el vampiro, Bram Stoker (Irlanda, 1847-1912) hubiera pasado sin penas ni glorias por la historia de las letras.

Con Drácula —una verdadera joya del género epistolar y además, un thriller que quebró los esquemas de la novela gótica— se hubo de reinventar todo lo que hasta ese momento se conocía sobre los vampiros. Pero para ello fue necesario hurgar en la Biblioteca del Museo Británico y tomar parte de la leyenda de un vampiro que por aquel entonces circulaba entre los campesinos de la Europa oriental. Sin embargo, Stoker mantuvo elementos típicos de la literatura de terror, como los colmillos, la metamorfosis en murciélago y la sangre como dieta única.

El cambio sustancial está, tal vez, en que Drácula, a diferencia de otros relatos —anteriores y posteriores—, ha sabido encarnar la esencia misma del Mal. Hasta ese entonces un vampiro no era más que un ser sobrenatural —un no-muerto— pernicioso y asesino, condenado a chupar la sangre de las personas dormidas. Pero con la aparición de Drácula, el vampiro dejó de ser odioso para convertirse en un ser atractivo e irresistible. Una buena prueba de ello es que sus víctimas, aunque son conscientes del peligro que entraña una criatura de éstas, se sienten atraídas hacia el éxtasis y la pasión que puede proporcionarle. No en balde Coppola supo ver en el vampiro stokeriano no sólo un trasfondo sexual, sino también un símbolo del amor que escapa a las fronteras del tiempo y el espacio.

El tema vampírico ya había sido abordado antes, desde muchos ángulos, sobre todo desde el lado del poder y la lujuria. Pero Bram Stoker bebió de la realidad para poder construir su ficción. Sin duda alguna, el escritor conoció las historias de Gilles de Laval, barón de Rais (1404-1440), y de Elizabeth Báthory (1560-1614), la Condesa Sangrienta, quienes se hicieron famosos por los horrendos crímenes que llevaron a cabo y por creer que la sangre de sus víctimas poseía poderes mágicos. Pero otro personaje, igual de sanguinario, sería el prototipo finalmente usado; un personaje de aire romántico y aristocrático, rodeado de una exótica ambientación. Su nombre: Vlad Tepes (1431-1476).

Drácula cambió de modo definitivo la forma de ver a los vampiros. Nos mostró a un vampiro libre (porque es blasfemo), poderoso (porque tiene sus propias leyes, incluso tiene dominio sobre los animales y las fuerzas de la naturaleza), y vigoroso sexualmente (con todo el erotismo de lo prohibido, simbolizando el instinto que desea saciarse a cualquier costo). Stoker conocía las pasiones ocultas bajo los buenos modales de la aristocracia británica, pero lejos de decir de manera explícita, se limita a sugerir con increíble sutileza.

¿Vampiros en La Habana?


A pesar de que Drácula lograba estremecer bajo sus sábanas a personas de todo el mundo, incluidos los cubanos, los vampiros no consiguieron conformar el imaginario cubano de manera regular. El mito vampírico, no obstante la atracción que ejerce sobre lectores y escritores, se rezagó si se le compara con otras temáticas. Sin embargo, después de tantos colmillos y sangre regados por Europa, y tantos y tantos siglos de oscuridad en las letras de la literatura universal, es natural que los chupadores de sangre terminasen instalándose, aunque en dosis moderadas, en la Mayor de las Antillas.

Los primeros “reportes” de los que tenemos noticia se los debemos al escritor, poeta, periodista y crítico ya desaparecido Oscar Hurtado. En su libro de cuentos Los papeles de Valencia el Mudo (recopilado y prologado por Daína Chaviano en 1983), aparecen los primeros vampiros de la literatura cubana. Lo sorprendente de la cuentística de Hurtado es la eficacia con que supo entremezclar la leyenda del vampirismo con las características puramente criollas que nos definen como nación.

Oscar Hurtado confiesa: “Un día supe que mi abuelo era vampiro. Él mismo me lo dijo. Supe que descendía de seres de otro planeta que llegaron al nuestro en la más remota antigüedad e hicieron de este mundo su mundo y reinaron sobre algunos pueblos de la tierra dando origen al mito de los ‘ángeles caídos’.” Más adelante señala: “... un taita de más de cien años, me dijo: ‘Nuestros vampiros, los que siempre han sangrado nuestra Isla, los que talaron nuestros bosques sin sembrar nada en cambio, a riesgo de convertirnos en un desierto, llegaron desde el principio de nuestra historia con Cristóbal Colón [...]”. También en su poesía, en más de una ocasión, Oscar Hurtado habla de sus “vampiros metánicos”, creando así un mundo fabular fascinante y misterioso.

Es precisamente este mundo fabular ─al que Hurtado llamó Korad─ el que dio pie a que, en 1980 (en saludo al vuelo espacial conjunto soviético-cubano), se estrenara la obra de ballet Misión Korad, ejecutada por el Centro de Promoción de la Danza (ProDanza).

Luego de esto, los vampiros volvieron a ocultarse en la oscuridad hasta el año 1986, en que reaparecen bajo la autoría de Daína Chaviano, en su libro Historias de hadas para adultos. Este volumen —que consta de tres noveletas— contiene una maravillosa versión del mito de Adán y Eva, pero esta vez Adán será un vampiro que habita las zonas más tenebrosas del bosque: La dama del ciervo. Esta forma de hacer (la creación de nuevos cultos antítesis del holocausto, siempre en una dimensión extraterrícola), será una constante en la obra de esta escritora. Pero no fue esa la única ocasión en que los vampiros afloraron en sus textos. En 1988 fue publicado su cuento Ciudad de oscuro rostro, donde aborda, con una visión científico-especulativa, el mito vampírico.

No fue hasta el año 2007 que los vampiros retornaron a las letras insulares. En el cuento El polaco, de Rubén Rodríguez, publicado en la revista El Cuentero, un joven de rostro pálido y gestos amanerados llega nuevo a un Preuniversitario. Sus maneras finas, su aire de sabelotodo y su extraña forma de mirar (siempre fija, penetrante, misteriosa), lo hace ganarse el odio de dos de sus compañeros de aula. Estos planean una paliza descomunal, sin imaginarse que el novato no es otra cosa que un vampiro. La originalidad del texto, su lenguaje coloquial, su sentido del humor criollísimo, hacen de esta pieza un bocado suculento.

En Cuba, dicho está, los vampiros jamás han formado parte de nuestra tradición oral o escrita. Si hoy hablamos de ellos será inevitable no mencionar la cinematografía de animados, adonde los vampiros parecen haber llegado para quedarse. Bajo el guión y la dirección de Juan Padrón se estrenó en 1985 la película ¡Vampiros en La Habana!, considerado un clásico del cine nacional e internacional, donde se mezcla el humor, el gangsterismo, la historia por la independencia de Cuba y hasta algo de erotismo. Muchos años después, en el 2003, Juan Padrón volvió al ataque con la secuela: ¡Más vampiros en La Habana!, dotado de una mejor realización.

En otras ocasiones los vampiros han aparecido con cierta frecuencia tanto en la pantalla chica como en la pantalla grande. Durante la década de los 80 aparecieron en algunos de los Filminutos dirigidos por Padrón. En la década siguiente, en un programa infantil de la televisión titulado Sopa de palabras, aparecía un vampiro que se alimentaba únicamente de caramelos de menta.

En 2008 reaparecen los vampiros bajo la tutela de Juan Padrón, pero esta vez no en el celuloide, sino en formato de libro, al convertir en gruesas novelas sus dos filmes anteriores. La primera Vampiros en La Habana, y la segunda Vampirenkommando (más vampiros en La Habana).

Anterior a esto, en 1999, ProDanza estrenó en el mes de mayo el ballet Drácula, basado en la idea original de María Teresa Badrena, de Puerto Rico, quien, además, hizo la coreografía, y con guión y dirección de Laura Alonso, directora de ProDanza. Desde entonces hasta acá, Drácula ha sido llevada a las tablas en varias ocasiones, siempre con una gran aceptación, lo cual demuestra que nosotros, los cubanos, tampoco hemos podido escapar al influjo que ejercen estas tenebrosas criaturas de la noche.

2 comentarios:

Philologist dijo...

Antes de saltar a 1986 se les olvidó incluir la novela "El vampiro" del autor Salvador Salazar Roig de principios del siglo XX. Si buscas en Internet, hacen mención de la novela, pero no hay nadie que le haya dedicado alguna acotación o crítica.

Philologist dijo...

Les falta incluir a un autor de principios del siglo XX Salvador Salzar Roig con su novela "El vampiro" y a también hacer mención del relato de Severo Sarduy "Vampiros reflejados en un espeso convexo".