Por: Maykel Reyes Leyva
Bram Stoker fue el culpable. Pudiéramos llevarlo a la horca sin temor a equivocarnos. Fue él quien nos mostró el placer de una buena mordida en la yugular de la literatura de terror. Y aún hoy, más de cien años después, nos mantenemos sedientos. Queremos más. E iremos por más.
Desde la publicación, en 1897, de Drácula, nuestras noches no han sido las mismas. Es cierto que desde su primera edición el libro no ha dejado de publicarse, pero también es cierto que la difusión del mito literario se debe, principalmente, al cine. Drácula fue recibida como una novela gótica (1) tardía y su repercusión fue tal que sorprendió al propio autor. De hecho, si no hubiese sido por el vampiro, Bram Stoker hubiera pasado sin penas ni glorias por la historia de las letras.
Stoker nació en Dublín, Irlanda, el 24 de noviembre de 1847. Fue un escritor bastante fructífero. Con Drácula –una verdadera joya del género epistolar y además, un thriller que quebró los esquemas de la novela gótica – se hubo de reinventar todo lo que hasta ese momento se conocía sobre los vampiros. Pero para ello fue necesario hurgar en la Biblioteca del Museo Británico y tomar parte de la leyenda de un vampiro que por aquel entonces circulaba entre los campesinos de la Europa oriental. Sin embargo, Stoker mantuvo elementos típicos de la literatura de terror, como los colmillos, la metamorfosis en murciélago y la sangre como dieta única.
El cambio sustancial está, tal vez, en que Drácula, a diferencia de otros relatos –anteriores y posteriores-, ha sabido encarnar la esencia misma del Mal. Hasta ese entonces un vampiro no era más que un ser sobrenatural –un no-muerto- pernicioso y asesino, condenado a chupar la sangre de las personas dormidas. Pero con la aparición de Drácula, el vampiro dejó de ser odioso para convertirse en un ser atractivo e irresistible. Una buena prueba de ello es que sus víctimas, aunque son conscientes del peligro que entraña una criatura de éstas, se sienten atraídas hacia el éxtasis y la pasión que la misma puede proporcionarle (2). No en balde Coppola supo ver en el vampiro stokeriano no sólo un trasfondo sexual, sino también un símbolo del amor que escapa a las fronteras del tiempo y el espacio.
De vampiros se viene hablando desde las viejas leyendas hebreas. Se dice que Caín, después de asesinar a su hermano Abel, se convirtió en el primer vampiro de la Historia. También se conoce a la demoníaca Lilith, con quien las leyendas advierten que es mejor no tropezarse. En la literatura clásica griega y romana, aparecen seres deseosos de sangre, espectros que sentaron las bases para los vampiros posteriores. En Europa abundaban los señores de la noche. Y también en el Peloponeso y casi en cualquier lugar del mapa donde posemos el dedo.
No es de extrañar pues, que en 1764 Voltaire, en su Diccionario Filosófico, mencionara a los vampiros. Detrás de él, una larga lista pudiéramos citar: la balada La novia del Corintio (1787), de Johan Wolfgang Goethe; Christabel (1798-1800), de Samuel Taylor Coleridge; Manuscrito encontrado en Zaragoza (1805), de Jan Potocki; The Giaour (1813) y El entierro (1816), de Lord Byron; y El vampiro (1819), de John William Polidori –aunque inicialmente se le achacó a Lord Byron-, donde Lord Ruthwen, un vampiro aristocrático y enigmático, disfruta de un gran éxito con las mujeres (3).
El Vampiro, de Polidori, está oficialmente considerado el primer cuento sobre vampiros aparecido en la historia de la literatura de ficción. Todo lo antes escrito se hallaba en versos. Esta es una historia curiosa. Corría el año 1816. El almanaque marcaba día 15 de junio. La noche había caído sobre Villa Diodati, próxima a Ginebra. Un grupo de jóvenes, sentados cerca de los troncos ardientes del hogar, aguardaban pacientemente a que pasara el mal tiempo que les impedía salir a disfrutar de sus vacaciones. Para matar el aburrimiento (y ya que la noche y la tormenta se prestaba para ello) comenzaron a colmar la atmósfera con historias de espíritus aulladores, fantasmas y aparecidos.
Uno de esos jóvenes era Lord Byron, el diabólico, el genio satánico de vocación romántica. Está también Shelley, el hombre que llenaría de brillantez las letras británicas. Con ellos, Mary, la amante de Shelley, la mujer que más tarde sería su esposa; la hermanastra de Mary, Claire Clairmont, la condesa Potocka y Matthew Lewis. Además, el secretario personal del lord, John William Polidori, el hombre que heredaría para siempre el calificativo de “padre de los vampiros literarios”.
Es allí, esa noche, entre esos jóvenes, que surge la apuesta: una apuesta para ver cuál de ellos sería capaz de escribir una historia verdaderamente terrorífica. Mary Shelley es, sin duda alguna, quien gana la competencia cuando días después aparece con un cuento –que más tarde convertiría en novela- en el que da vida a uno de los monstruos más legendarios de la literatura, un monstruo sin nombre concebido por un tal doctor Frankenstein. Y es de Polidori de quien proviene el primer engendro vampírico de la literatura: Lord Ruthwen, hecho a imagen y semejanza de Lord Byron, con quien Polidori mantenía una complicada relación de admiración y odio.
John William Polidori nació en Londres, el 7 de septiembre de 1795. A parte de escritor, también fue médico, llegando a recibir una fuerte formación científica y humanística. A los 16 años inició estudios de Medicina en la Universidad de Edimburgo y a los 19 se licenció, haciendo gala de lo buen estudiante que era. Pero más que la carrera de Medicina, le atraía su afán de destacarse en el campo de las letras.
Fue intentando labrarse ese camino que Polidori conoció a Lord Byron, quien ya era famoso y escandaloso. Byron necesitaba un médico personal y contrató sin demora al joven Polidori. Aunque en un principio fueron amigos, pronto Byron comenzó a burlarse abiertamente de Polidori, de su capacidad como médico y de sus intentos por superarlo como poeta. Juntos realizaron un viaje por Europa. De hecho, se instalaron en Suiza y gracias a ello fue que aquella noche de junio se encontraban en Ginebra. Nunca se supo a ciencia cierta si los demás participantes de aquella velada llegaron a escribir sus historias. Sólo se sabe que Mary Shelley y Polidori se tomaron el reto en serio y consiguieron finalizar sus trabajos.
El Vampiro se publicó en 1819, anónimo, hecho que provocó confusión cuando comenzaron a achacárselo a Lord Byron, quizás porque el público de entonces supo reconocer en aquel vampiro aristocrático algunos rasgos característicos de Byron. John William Polidori se suicidó el 24 de agosto de 1821, usando para ello un veneno poderoso, y dando fin así a una vida poco ilustre. Tenía sólo 26 años.
Otras obras que se pueden citar son Lord Ruthwen ou les vampires (1820), de Cyprien Berard, evidentemente basado en el vampiro de John William Polidori; Berenice (1835), de Edgar Allan Poe; La vampira amorosa, también conocida como La muerta enamorada, (1836), de Teophile Gautier; Varney el vampiro o La fiesta de sangre (1847), de James Malcom Rymer, relato en el cual el vampiro Francis Varney se regocija en medio de la sangre, los gritos y los muertos; y La hermosa vampirizada o La dama pálida (1851), de Alejandro Dumas, padre.
Pudiéramos citar además la historia de Charles Baudelaire Las metamorfosis del vampiro, publicado en 1857, seguido de La familia Vourdalak (1859), del conde Alexei Constantinovich Tolstoi; y Carmilla (1872), de Joseph Sheridan Le Fanu, de marcado carácter gótico y una de las fuentes de Bram Stoker. En esta historia Carmilla, una vampiresa, dedicará su tiempo a acosar a la bella dama que le dio alojamiento en su castillo, convirtiéndose ésta en una curiosa historia de amor lésbico. El Horla (1887), de Guy de Maupassant, donde su vampiro, cuando se manifiesta, lo hace en una masa informe que bebe la vida de los seres humanos; La floración de la extraña orquídea (1895), de H. G. Wells; y El Viví, de Nicolai Gógol, hasta llegar a Drácula.
DOS VAMPIROS REALES
El tema vampírico, como se ve, fue tratado desde muchos ángulos, sobre todo desde el lado del poder y la lujuria. Pero Bram Stoker bebió de la realidad para poder construir su ficción. Sin duda alguna, el escritor debió tener conocimiento sobre Gilles de Rais, quien nació en 1404.
Gilles de Laval, barón de Rais, heredó una de las mayores fortunas de Francia con apenas 11 años de edad, fortuna que incrementó al casarse, cuando contaba con 16 años, con su prima Catalina de Thouars. No sólo fue un hombre de increíble belleza física, también obtuvo una inmensa formación intelectual y militar, llegando a convertirse en el primer teniente de Juana de Arco y en Mariscal de Francia. Tuvo, incluso, una niña, pero su vida cambiaría de golpe cuando Juana de Arco fue capturada y quemada en la hoguera, a pesar de todos los intentos que hizo el Mariscal para salvarla.
Gilles de Rais no volvió a ser el mismo luego de perder a la mujer que idolatraba. El resto de su vida se limitó a desafiar a Dios por permitir que Juana de Arco fuera torturada y quemada viva. Empezó separándose de su esposa y encerrándose en su castillo de Tiffauges, donde se negó a tener contactos sexuales con ninguna mujer.
Fueron las fastuosísimas fiestas y representaciones teatrales que organizaba en su castillo las que menguaron su fortuna, hasta tal punto que no le quedó más remedio que vender algunas de sus propiedades. A raíz de esto, Gilles de Rais se volvió obsesivo con la alquimia, intentando transformar los metales en oro. Pero los alquimistas también acentuaban sus gastos y el barón, desilusionado, los despidió a casi todos. Los pocos que quedaron lo convencieron que sólo con la ayuda de Satanás podría conseguir el oro que necesitaba, por lo que en su testamento legó sus bienes a Lucifer –incluyendo las escrituras del castillo-, reservando para sí su vida y su alma.
Su primer crimen tenía el propósito de hacer un pacto con el Diablo. Pero luego de sacarle el corazón, los ojos y la sangre a su víctima, el Diablo no apareció ni el metal se volvió oro. Lo único que logró fue descubrir su pasión por la tortura, la violación y el asesinato. La sangre la conservaba para propósitos mágicos. En otras ocasiones, después de violar reiteradamente a los cadáveres, lamía la sangre derramada en el suelo hasta quedarse dormido, casi en estado de coma.
Tras las numerosas desapariciones de niños, las sospechas apuntaban hacia el barón. A principios de 1440, los rumores alcanzaron la corte del duque de Bretaña, quien ordenó abrir una investigación. El 13 de septiembre, Gilles de Rais fue detenido por un grupo de soldados. Se halló en su propiedad los cuerpos despedazados de cincuenta adolescentes. El barón fue torturado para conseguir de él una confesión, y sólo bajo la amenaza de la excomunión, lo hizo con lujo de detalles. Afirmó que su único fin era el de procurarse placer y deleites carnales.
Al amanecer del día 26 de octubre, Gilles de Rais fue ahorcado y quemado en la hoguera. Pero aquí no termina el terror. El barón De Rais hubo de reencarnar dos siglos después, en 1560, en el seno de una de las familias más ricas de Hungría. Esta vez no fue un hombre, sino una mujer de nombre Erzsébet (Elizabeth) Báthory. Esta condesa no sólo se contentaba con beber sangre, también gustaba de bañarse en ella con el fin de mantenerse joven.
Con 15 años se unió en matrimonio con el conde Nadasdy y se fueron a vivir a un solitario castillo en los Cárpatos. Pero pronto el conde partió hacia una batalla y Elizabeth se quedó sola. Aburrida, comenzó a tener relaciones con un joven conocido como El Vampiro por su extraño aspecto. Además, mantenía relaciones lésbicas con dos de sus doncellas. En busca de entretenimiento dirigió su atención hacia el esoterismo y se rodeó de brujos, alquimistas y hechiceros.
Preocupada por su aspecto físico, pidió consejo para retener la juventud. Se le dijo que si se bañaba en sangre de doncella podría conservar su belleza por tiempo indefinido. Pero entonces vinieron los hijos –cuatro- y sus funciones de madre la absorbieron.
Fue luego de la muerte de su esposo, algunos años más tarde, que llevó a cabo su primer crimen. La víctima era una joven sirvienta que, sin querer, le dio un tirón de cabellos mientras la peinaba. Furiosa, Elizabeth la abofeteó y la sangre de la doncella salpicó su mano. Al mirar la mano manchada, la piel se tornó más suave y blanca, o al menos eso creyó, y mandó que cortasen las venas de la sirvienta y que la sangre la depositaran en una bañera para poderse bañar en ella.
Desde entonces, los baños de sangre guiarían su vida, llegando a recorrer en carruaje los Cárpatos en busca de jóvenes muchachas. Las víctimas eran desangradas hasta llenar la bañera. Luego del baño, para evitar que las toallas dañaran su piel, ordenaba a sus sirvientas que lamiesen la sangre. Las víctimas más sanas eran encerradas en los sótanos durante años, y mediante pequeñas incisiones se les extraía un poco de sangre que la condesa bebía.
Durante once años el carruaje de la condesa Báthory fue símbolo de terror. Los gritos provenientes del castillo y los cadáveres abandonados en los campos, iniciaron el rumor de que la residencia era habitada por vampiros. Estos rumores llegaron hasta el emperador quien, en 1610, envió una tropa de soldados a irrumpir en el castillo. Los soldados encontraron en el gran salón el cadáver de una mujer y el cuerpo de otra que aún se mantenía con vida, aunque salvajemente torturada. En los calabozos hallaron niñas, jóvenes y mujeres con vida, pero con señales de sangrados. Alrededor del castillo desenterraron cincuenta cadáveres más. La condesa fue sorprendida en medio de uno de sus siniestros rituales.
En total fueron hallados ochenta cadáveres, los suficientes para condenar a Elizabeth por sus crímenes. Sin embargo, ella confesaría haber asesinado a seiscientas jóvenes. Le seducían, además, las orgías lésbicas. Sus cómplices fueron decapitados, otros quemados en la hoguera. Elizabeth Báthory, en cambio, fue emparedada en el dormitorio de su castillo, dejándosele sólo una pequeña ranura para suministrarle algo de alimentos y un poco de agua. Murió cuatro años después de permanecer en su tumba, justo en 1614, con 54 años de edad.
VLAD TEPES: UNA HISTORIA CONOCIDA
Fue la historia de esta siniestra condesa, novelada en el libro La Condesa Sangrienta, de Valentine Penrose, una de las fuentes que utilizó Bram Stoker a la hora de escribir Drácula. Pero otro personaje, igual de sanguinario, sería el prototipo finalmente usado; un personaje de aire romántico y aristocrático, rodeado de una exótica ambientación. Su nombre: Vlad Tepes.
Vlad Tepes nació en 1431, en la ciudad rumana de Sighsoara, región perteneciente a Transilvania. Fue un hombre bastante culto para la época que le tocó vivir. Su padre fue armado en la Orden del Dragón y se ganó el sobrenombre de Dracul (Diablo). Vlad heredó el rango de su padre y fue llamado Draculea (Hijo del Diablo), aunque pasó a la historia con otro sobrenombre: Vlad Tepes (Vlad el Empalador), haciendo alusión a su afición de empalar a sus víctimas, dejándolos así durante horas hasta morir.
Los cronistas cuentan que Vlad disfrutaba de organizar banquetes a sus invitados, rodeado de cientos de hombres y mujeres empalados. No es de extrañar el terror que despertaba Vlad Tepes en sus coterráneos. Aunque educado en el cristianismo, Draculea acostumbraba a mojar el pan en la sangre de sus víctimas, y luego lo comía con verdadero placer.
Su padre fue asesinado y él fue secuestrado junto a su hermano menor Radu, quien hubo de aliarse con el Sultán turco Mohammed. No demoraría Vlad en recuperar el trono de su padre usando para ello las técnicas de terror que lo hicieron famoso. Todo parece indicar que murió en 1476, decapitado por sus propios soldados en medio de un campo de batalla al ser confundido con un turco.
Los historiadores coinciden en afirmar que Vlad Tepes fue sangriento por cuestiones de estado. No tenía mucho que ver con el vampiro en que se convertiría gracias a Stoker. Su castillo –abierto actualmente a los turistas- se halla en el sitio exacto que Bram Stoker señala en su novela.
SOBRE DRÁCULA
Después de estas historias no cabe duda de que brutalidad había de sobra para crear a un vampiro. Sólo faltaba el detalle de lo sobrenatural. Las leyendas de brujas y demonios que se alimentaban de sangre, darían el toque final. De hecho, estas historias estaban tan enraizadas en las creencias populares que en 1725, el holandés Gérad Van Swieten, profesor de la Universidad de Viena, publicó su Informe Médico sobre los Vampiros.
También hay otro elemento a tener en cuenta para entender por qué Drácula tuvo el éxito que se le achaca. Bram Stoker no olvidó el positivismo cientificista dominante en la época, principalmente en Gran Bretaña, así que creó a un profesor no sólo para combatir al nosferatus, sino también para halarles las orejas a los incrédulos. Lo nombró Abraham Van Helsing, y se comenta que está inspirado en un profesor húngaro experto en folklore transilvano que conoció Stoker cierta vez.
Bram Stoker murió el 20 de abril de 1912, de sífilis. En 1914, Florence A. L., su viuda, decidió editar póstumamente El Invitado de Drácula y otras Historias Fantásticas (4), cuya obra que le da titulo, según la viuda, estaba destinada a servir de prólogo a la famosa novela. Sin embargo, la crítica considera que se trata de un relato independiente.
Drácula no sólo consiguió que un grupo de locos anduviese por ahí succionando sangre. La estructura narrativa que la conforma es deliciosa. La novela se construye a partir de diferentes puntos de vista, usando en ocasiones un lenguaje epistolar, o a manera de Diarios personales e informes. Drácula (el personaje) aparece pocas veces. Lo conocemos por lo que de él nos cuentan terceras personas. En cambio, su sombra se halla presente de manera continua.
Drácula cambió de modo definitivo la forma de ver a los vampiros. Nos mostró a un vampiro libre (porque es blasfemo), poderoso (porque tiene sus propias leyes, incluso tiene dominio sobre los animales y las fuerzas de la naturaleza), y vigoroso sexualmente (con todo el erotismo de lo prohibido, simbolizando el instinto que desea saciarse a cualquier costo). Stoker conocía las pasiones ocultas bajo los buenos modales de la aristocracia británica, pero lejos de decir de manera explícita, se limita a sugerir con increíble sutileza.
Con Drácula, además, el término vampiro amplió su significado. Ya no es sólo un ser que succiona sangre, ahora es una criatura que desea apropiarse del alma de su víctima. Tanto Drácula como todos los vampiros que le han seguido, son personajes trágicos, incapaces de evitar salir en busca de su alimento (el alma), para obtenerlo (gozar de ella), incorporarlo (succionar su energía), y transformar a la víctima en otro vampiro.
VAMPIROS DE PAPEL
Afortunadamente para todos los vampirólogos, Van Helsing no pudo exterminar el mito vampírico. Durante el siglo XX, los relatos de vampiros se sucedieron sin cansancio. Así en 1927 aparece La aventura del vampiro de Sussex, de Arthur Conan Doyle –una de las aventuras de Sherlock Holmes-; en 1935, Robert Bloch escribió El Vampiro Estelar, seguido de El Morador de las Tinieblas (5), de ese otro maestro del terror que fue Howard Philips Lovecraft.
En 1975 otro genio del género de terror hizo su aporte con una de sus mejores obras: El Misterio de Salem's Lot (6), de Stephen King. Esta novela cuenta la historia de Ben Mears justo cuando decide entrar en la casa de los Marsten. La casa se hallaba en Salem's Lot, un pueblo tranquilo hasta el día en que un hombre delgado y calvo que no usaba luz eléctrica, vino y se instaló en la casa de los Marsten trayendo consigo una caja que escondió en el sótano. Y los niños comenzaron a desaparecer. Y los animales morían desangrados. Y el terror terminó por vaciar al pueblo.
Anterior a esta historia, Richard Matheson publicó en 1954 Soy Leyenda, un clásico de las novelas de vampiros. Aquí hallamos a Robert Neville, el último hombre vivo en la tierra. Todas las demás personas que comparten el mundo con él se han convertido en vampiros. Y buscan, hambrientos, a Neville para beber su sangre. Por la noche él es la presa. Durante el día, es el cazador.
Otra novela vampírica fue escrita por Nancy A. Collins y se titula Gafas de Sol en la Oscuridad, publicada en 1989. Su protagonista es Sonja Blue, y forma parte de una trilogía conformada además por los títulos En la Sangre (1991) y Pintado de Negro (1996).
Kim Newman reinventa el mundo victoriano totalmente vampirizado, usando para ello personajes reales e imaginarios. Su novela El Año de Drácula nos muestra el terror con esta interrogante: ¿y si Van Helsing hubiera fracasado y el plan de Drácula de conquistar Londres a través de la peste del vampirismo hubiera sido un éxito, qué pasaría entonces?
En el verano de 1816, en Villa Diodati, lugar donde nació al mundo de la literatura universal ese otro monstruo descomunal creado por el doctor Franskestein, se reunieron Lord Byron, Percy y Mary Shelley, Claire Clairmont y Polidori, secretario privado de Lord Byron. Pero alguien se ha fijado en Polidori y decide confiarle un terrible secreto. El enigma aparece revelado en Las Piadosas, de Federico Andahazi.
La Vida Secreta de Laszlo, Conde Drácula, de Roderick Anascombe, nos cuenta la historia de un estudiante de medicina quien se siente atraído por una sensual paciente del Hospital Salpetriere. Su pasión tiene un trágico final y Laszlo huye a Hungría, donde se casa con una viuda para rehacer su vida. Hasta que otra mujer despierta de nuevo sus pasiones. De esa manera, el buen doctor Laszlo va sumando una gran cantidad de víctimas.
Hotel Transilvania (1977), de Chelsea Quinn Yarbro, nos cuenta la historia del conde Saint-Germain, un vampiro bondadoso que sólo se alimenta de los criminales y mal-vivientes.
En Cuentos de Vampiros, de varias autoras, las protagonistas son estas temibles criaturas desperdigadas lo mismo en un apacible barrio residencial, una campiña italiana, una aldea de Bretaña, un castillo escosés y un elegante hotel. Lo curioso de este libro es que todos los cuentos que en él aparecen fueron escritos durante el mismo período en que Bram Stoker escribió Drácula.
Los tres viajeros que aparecen en Los Vampiros de la Mente, de Dan Simmons y que fuera publicada en 1989, no son simples viajeros. Son seres capaces de controlar las mentes ajenas mientras llevan a cabo asesinatos ritualistas. Una vez al año estos vampiros se reúnen para violar las almas humanas, pero esta vez algo ha fallado y tendrán que enfrentarse a un horror que no esperaban.
También en Amigos Chupasangre, de Christopher Moore, no hay un solo vampiro. En este caso, el emperador Norton y sus dos perros vampiros invaden San Francisco. Tras ellos llega Jody Stroud. Ella recluta a C. Thomas Flood, escritor y carnicero, como asistente personal, y transforma a los cazadores en cazados.
En Inquieta Compañía, de Carlos Fuentes, se retoma el personaje de Vlad Tepes.
El Último Vampiro, de Christopher Pike, nos relata la vida de la última vampira. O al menos eso piensa ella. La protagonista no sólo descubrirá que no es la única, sino que además tendrá que enfrentarse a un poderoso vampiro.
En Niños Perdidos, de Iván Mourín Rodríguez, los hermanos de Wendy, John y Michael, viajan a una isla atraídos por Pette, un enigmático joven que se hace pasar por Peter Pan. Pero lejos de ir al paraíso, los niños van a parar a un nido de vampiros deseosos de extender su mal.
DE ANNE RICE Y OTROS VAMPIROS
Y llegamos, finalmente, a Entrevista con el Vampiro, publicada por primera vez en 1976, de Anne Rice. En esta historia Louis, un vampiro, le cuenta su vida a Daniel, un periodista de última categoría. Por primera vez se nos relata la historia desde el punto de vista del vampiro.
Aquí aparece Lestat, el vampiro más famoso después de Drácula, y además, Claudia, una niña convertida en vampira y que puede ser peor que aquellos que la convirtieron. También hace su aparición Armand, el vampiro más viejo del mundo, según sus propias palabras.
Este libro es el comienzo de las Crónicas Vampíricas, una saga que nos muestra un relato compasivo de los vampiros, seres románticos alejados de las convenciones sociales. Los personajes de Anne Rice buscan su propia identidad dentro de la cultura vampírica, en el que el sexo y la muerte se encuentran entrelazados. El erotismo homosexual, la inmoralidad, el ateísmo y la esencia del Bien y del Mal están presentes en las Crónicas…
En 1985 aparece la novela Lestat el Vampiro, y posteriormente La Reina de los Condenados (1988). Las ulteriores entregas de la serie son El Ladrón de Cuerpos; Memnoch el Demonio; Armand el Vampiro; Merrick; Sangre y Oro; Granja del Bosque Negro y Blood Canticle. También se puede contar con el titulo Nuevos Cuentos de Vampiros.
La lectura de las obras de Anne Rice es imprescindible para todos los vampirófilos amantes de la sangre.
VAMPIROS CUBANOS
No resulta extraño que estos entes de ultratumba hayan atravesado medio mundo para instalarse en la isla de Cuba. Es cierto que el mito vampírico no forma parte de la tradición oral o escrita de la cultura cubana, pero después de tantos colmillos y sangre regados por Europa, y tantos y tantos siglos de oscuridad en las letras de la literatura universal, lo lógico es que los chupadores de sangre terminasen instalándose en la Mayor de las Antillas.
Los primeros “reportes” de los que tenemos noticia se los debemos al escritor, poeta, periodista y crítico ya desaparecido Oscar Hurtado. En su libro de cuentos Los papeles de Valencia el Mudo (recopilado y prologado por Daína Chaviano en 1983), aparecen los primeros vampiros de la literatura cubana. Lo sorprendente de la cuentística de Hurtado es la eficacia con que supo entremezclar la leyenda del vampirismo con las características puramente criollas que nos definen como nación.
Oscar Hurtado confiesa: “Un día supe que mi abuelo era vampiro. Él mismo me lo dijo. Supe que descendía de seres de otro planeta que llegaron al nuestro en la más remota antigüedad e hicieron de este mundo su mundo y reinaron sobre algunos pueblos de la tierra dando origen al mito de los «ángeles caídos».” Más adelante señala: “... un taita de más de cien años, me dijo: «Nuestros vampiros, los que siempre han sangrado nuestra Isla, los que talaron nuestros bosques sin sembrar nada en cambio, a riesgo de convertirnos en un desierto, llegaron desde el principio de nuestra historia con Cristóbal Colón [...]” También en su poesía, en más de una ocasión, Oscar Hurtado habla de sus “vampiros metánicos”, creando así un mundo fabular fascinante y misterioso.
Es precisamente este mundo fabular ─al que Hurtado llamó Korad─ el que dio pie a que, en 1980 (en saludo al vuelo espacial conjunto soviético-cubano), se estrenara la obra de ballet Misión Korad, ejecutada por el Centro de Promoción de la Danza (ProDanza).
Luego de esto, los vampiros volvieron a ocultarse en la oscuridad hasta el año 1986, en que reaparecen bajo la autoría de Daína Chaviano, en su libro Historias de hadas para adultos. Este volumen ─que consta de tres noveletas─ contiene una maravillosa versión del mito de Adán y Eva, pero esta vez Adán será un vampiro que habita las zonas más tenebrosas del bosque: La dama del ciervo. Esta forma de hacer (la creación de nuevos cultos antítesis del holocausto, siempre en una dimensión extraterrícola), será una constante en la obra de esta escritora. Pero no fue esa la única ocasión en que los vampiros afloraron en sus textos. En 1988 fue publicado su cuento Ciudad de oscuro rostro, donde aborda, con una visión científico-especulativa, el mito vampírico.
No fue hasta el año 2007 que los vampiros retornaron a las letras insulares. En el cuento El polaco, de Rubén Rodríguez, publicado en la revista El Cuentero, un joven de rostro pálido y gestos amanerados llega nuevo a un Preuniversitario. Sus maneras finas, su aire de sabelotodo y su extraña forma de mirar (siempre fija, penetrante, misteriosa), lo hace ganarse el odio de dos de sus compañeros de aula. Estos planean una paliza descomunal, sin imaginarse que el novato no es otra cosa que un vampiro. La originalidad del texto, su lenguaje coloquial, su sentido del humor criollísimo, hacen de esta pieza un bocado suculento.
En Cuba, dicho está, los vampiros jamás han formado parte de nuestra tradición oral o escrita. Si hoy hablamos de ellos será inevitable no mencionar la cinematografía de animados, adonde los vampiros parecen haber llegado para quedarse. Bajo el guión y la dirección de Juan Padrón se estrenó en 1985 la película ¡Vampiros en La Habana!, considerado un clásico del cine nacional e internacional, donde se mezcla el humor, el gangsterismo, la historia por la independencia de Cuba y hasta algo de erotismo. Muchos años después, en el 2003, Juan Padrón volvió al ataque con la secuela: ¡Más vampiros en La Habana!, dotado de una mejor realización.
En otras ocasiones los vampiros han aparecido con cierta frecuencia tanto en la pantalla chica como en la pantalla grande. Durante la década de los 80 aparecieron en algunos de los Filminutos dirigidos por Padrón. En la década siguiente, en un programa infantil de la televisión titulado Sopa de palabras, aparecía un vampiro que se alimentaba únicamente de caramelos de menta.
En 2008 reaparecen los vampiros bajo la tutela de Juan Padrón, pero esta vez no en el celuloide, sino en formato de libro, al convertir en gruesas novelas sus dos filmes anteriores. La primera Vampiros en La Habana, y la segunda Vampirenkommando (más vampiros en La Habana).
Anterior a esto, en 1999, ProDanza estrenó en el mes de mayo el ballet Drácula, basado en la idea original de María Teresa Badrena, de Puerto Rico, quien, además, hizo la coreografía, y con guión y dirección de Laura Alonso, directora de ProDanza. Desde entonces hasta acá, Drácula ha sido llevada a las tablas en varias ocasiones, siempre con una gran aceptación, lo cual demuestra que nosotros, los cubanos, tampoco hemos podido escapar al influjo que ejercen estas tenebrosas criaturas de la noche.
El vampiro pertenece a la familia de criaturas horrendas a las que también pertenecen los hombres-lobo, los fantasmas, los zombis, los monstruos provenientes del espacio o que habitan el interior de la tierra o del mar. Pero por alguna razón son precisamente los vampiros quienes más han perdurado, demostrando así su condición de entes inmortales. Hubiese sido interesante mostrar aquí cómo el mito vampírico se mezcló con otros mitos, dando pie a interesantes historias llenas de acción, amor y erotismo. Pero no hay espacio para más. Ni tiempo.
Por ende, esta ha sido una pequeña muestra de cómo surgió y se desarrolló el mito del vampiro en la literatura universal, de cómo se metamorfoseó hasta convertirse en lo que hoy conocemos, de cómo se mezcló con géneros como la ciencia-ficción, el policiaco, el suspenso y hasta la comedia. Sin embargo, pudiera decirse más, interminablemente. Para aquellos que quieren echar un vistazo más profundo a este tema, dejo a continuación una cronología que pudiera servir de base para una posible investigación. ¡Buen apetito!
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Notas al pie:
(1) El término Gótico nace en el siglo XVI para designar el arte de los godos. Así surge la arquitectura gótica, que refleja la visión medieval de la Iglesia como una ciudad celestial, como por ejemplo la Catedral de Nuestra Señora de París. También existe el cine gótico, caracterizado por estar ambientado en castillos ruinosos, cementerios hechizados, siempre en penumbras, dando sensación de irrealidad, etc. El término gótico también se utiliza para enmarcar un estilo literario surgido a fines del siglo XVIII. Este género literario se desarrolló bajo el marco del terror, el misterio, el horror, en definitiva todo lo siniestro. Estas historias se situaban en lugares solitarios y espantosos, intentando crear un reflejo del subconsciente humano.
(2) Mas vale dejar claro que tanto en poesía como en narrativa, las primeras apariciones de los vampiros fueron a su favor, y que no hubo en mucho tiempo quien, de la contraparte humana reclamara una victoria.
(3) El Vampiro ha sido comparado en muchas ocasiones con El Entierro, de Byron, un texto inconcluso de 1816; sin embargo, su desarrollo permite encontrar puntos en común con el relato de Polidori en cuanto a ambientación y circunstancias. De hecho, ambas historias narran una relación fomentada en el engaño. Es casi seguro, al menos no es difícil de suponer, que Lord Byron comentó su argumento con Polidori, es decir: la idea de un juramento que atara a un hombre que conociera la naturaleza del vampiro. Lo cierto es que Byron no llegó a terminar su historia –es fácil percatarse que su narración está en el puro esqueleto- lo cual nos aleja de la idea de que Polidori pudo cometer plagio, pues su narración está mucho mejor desarrollada.
(4) Conocida también como El Huésped de Drácula.
(5) Esta historia es conocida también como El Duende de las Tinieblas, o El Frecuentador de la Oscuridad, o El Embrujador de las Tinieblas, e incluso como El Huésped de la Negrura.
(6) Titulada anteriormente La Hora del Vampiro.
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