Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

sábado, 14 de noviembre de 2015

Jack el Destripador, desde el Infierno...



Por MAYKEL REYES LEYVA
En 1888 Whitechapel era uno de los peores distritos de todo Londres. Hombres, mujeres y niños, solían llevar en aquel sitio una vida repleta de frustraciones, de pobreza y delincuencia. El único consuelo posible era una botella de alcohol, el más barato que hubiese. La inmensa mayoría de los callejones oscuros desembocaban en bares mugrientos y burdeles miserables. Aunque aquel año se inició arrastrando la misma sobredosis de miseria de siempre, para principios de agosto unos hechos espeluznantes sembrarían el terror y harían de aquel lustro un hecho insólito en la historia de la criminalística.

El 6 de agosto, una mujer desdentada, de 35 años y que respondía al nombre de Martha Tabram, quien se dedicaba a la prostitución, apareció asesinada. Su cuerpo mostraba señales inequívocas de que había sido muerta con treinta y nueve puñaladas en tórax, abdomen y genital, dadas con un largo y afilado cuchillo, entre las dos y las tres y media de la mañana. El crimen se llevó a cabo en un pub llamado El Ángel y la Corona, que todavía existe.

También por esas fechas se encontró en el Támesis un brazo arrancado, del que nunca se supo quién era el dueño.

El 31 de agosto de 1888, un hombre que paseaba a temprana hora de la mañana, distinguió a lo lejos el cuerpo de una mujer que se encontraba tendida en el suelo. En un inicio pensó que estaría desmayada, pero al acercarse descubrió que estaba muerta. Rápidamente avisó a la policía, un agente que andaba cerca. El oficial se apresuró a buscar un médico y ambos, bajo la luz de una linterna, se percataron de que la mujer había sido asesinada al serle seccionada la tráquea, la medula espinal y el esófago con un arma blanca. El cuerpo se hallaba todavía caliente, lo que indicaba que el crimen se había cometido hacía pocos minutos. A pesar de todo, la policía no examinó el cadáver en plena calle. Sin embargo, se apresuraron a lavar el pavimento y el cuerpo antes de cualquier examen pericial. Recordando los dos casos anteriores, era lógico que no quisieran despertar la alarma en la zona.

En la sala de autopsias se pudo determinar que la mujer había sido brutalmente golpeada en la mandíbula inferior izquierda por una persona zurda. Su abdomen había sido mutilado. Tenía el vientre abierto. En el atestado forense consta: “Las heridas infligidas a la víctima han sido hechas por persona experta, que hizo cortes con absoluta precisión y limpieza”.

Dos días después, la policía pudo hacer la identificación del cadáver. Su padre y su ex marido identificaron el cuerpo. Se trataba de Mary Ann Nicholls, alias Polly, prostituta y alcohólica. Tenía 42 años y cinco hijos. El alcohol había sido la causa de que su matrimonio se fuera a pique. Desde entonces, había vivido sola, con los pobres ingresos de prostituta. Este se convirtió en el primer crimen oficial de Jack el Destripador.



Fig. 1 Mary Ann Nicholls, la primera víctima oficial de Jack el Destripador

El segundo crimen ocurriría el 8 de septiembre de 1888. Se trataba de Annie Chapman, prostituta y alcohólica, cuyo cuerpo fue hallado mutilado en la calle del Mercado de Spitafields a las 6 de la mañana. Su intestino estaba en el suelo. No existía la menor señal de defensa por parte de la víctima. Tampoco se encontraron el útero, la parte superior de la vagina y una porción de la vejiga. Cerca del cuerpo se hallaron un pañuelo, un peine y un cepillo de dientes, que parecían haber sido colocados allí por el asesino en un orden concreto.

El médico forense que examinó el cuerpo dijo que el asesino había agarrado a Annie por la barbilla y la había degollado de izquierda a derecha, y que por la fuerza empleada en la acción, posiblemente su intención era la de decapitarla. Las otras heridas y mutilaciones fueron realizadas post-mortem: el abdomen había sido abierto para extraerle la vagina, el útero y la vejiga, de forma tal que no quedaban dudas de que el asesino tenía que conocer de anatomía, al menos lo suficiente como para abrir el cuerpo y extraer los órganos sin dañar otras partes internas. El instrumento, según se pensó, debía ser la clase de cuchillo que utilizaban los cirujanos y los carniceros.

Poco después se supo la identidad del cadáver. Annie vivía en pensiones comunes cuando tenía algo de dinero, y en la calle cuando no lo tenía. Unos años antes había estado casada y con tres hijos, los cuales habían muerto, unos por enfermedad y otros por accidente. Annie nunca se repuso de esos fuertes golpes. Comenzó a beber intentando sobrellevar su soledad. Elizabeth Long, una vecina que se dirigía al mercado sobre las cinco y treinta de la mañana, aseguró que había visto a Annie conversando con un hombre de unos cuarenta años, elegante, con sombrero y abrigo oscuros. La hora de la muerte se estimó entre las cinco y media y las seis de la mañana, hora en que fue descubierto el cadáver, lo cual significaba que el asesino era un experto que actuaba con rapidez.



Fig. 2 Annie Chatman, la segunda víctima

A raíz de este segundo asesinato se le dio un nombre al asesino: Delantal de Cuero. Como la policía carecía de prueba alguna, decidieron crear un Comité de Vigilancia, organizado por un grupo de comerciantes de Whitechapel y dirigido por George Lusk, que sería su Presidente. En cambio, esta idea, lejos de ayudar, lo que hizo fue empeorar la situación para la policía y ayudar al asesino. No se sabía si aquella persona que iba por allá era un ciudadano dispuesto a atrapar al criminal o si se trataba del asesino reconociendo el terreno. Sin embargo, fue aquí cuando se detuvo al primer sospechoso. Se trataba del judío John Pizer, zapatero de origen polaco. Pero éste tenía una buena coartada y debió ser puesto en libertad.

El 27 de septiembre de 1888, la policía recibió la primera carta escrita por el asesino. Fue enviada a la Central News Agency, de Fleet Street, y estaba escrita con tinta roja, semejante a la sangre, mostrando un macabro sentido del humor. La carta decía: “Querido jefe: Desde hace días oigo que la policía me ha cogido, pero en realidad no me han pescado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no cejaré en mi tarea de destripar putas. Y lo seguiré haciendo hasta que me atrapen. El último trabajo salió bordado. A la dama en cuestión no le dio tiempo a chillar. Retengan esta carta, sin hacerla pública, hasta mi próximo trabajo. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo, pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito. No les importe llamarme por mi nombre artístico. Jack el Destripador, desde el Infierno.”

La policía había publicado la carta con la esperanza de que alguien reconociera la letra, pero sólo consiguió desatar el pánico en todo Londres. A partir de entonces, el asesino seguiría escribiendo cartas y poemas destinados al jefe de la policía londinense, jactándose de su habilidad para escabullirse en la oscuridad de las calles y evitar ser atrapado por la multitud que le perseguía, o haciendo alarde de la perfección de sus crímenes y anticipando otros nuevos ataques, siempre seguro de sí. Scotland Yard estaba estupefacta y ofreció dinero a quien aportase algún dato válido sobre la identidad del asesino. Se detuvieron muchas personas, pero sus coartadas eran buenas y no tenían conocimientos médicos, por lo que no tardaban en quedar en libertad.



Fig. 3 La primera carta de Jack el Destripador, escrita con tinta roja

El 30 de septiembre de 1888, Elizabeth Stride, alias La Larga Liz (Long Lizz), apareció asesinada en la calle Berner sobre la una de la mañana. Como las anteriores víctimas, era prostituta y alcohólica. Había ido a Inglaterra tras el fallecimiento de su marido y de sus dos hijos en un accidente marítimo. Este día fatal la encontraron con las faldas levantadas por encima de las rodillas. Tenía una oreja cortada, pero a diferencia de los casos que le antecedieron, su cuerpo no había sido mutilado. Al parecer la aparición de algún transeúnte hizo huir al asesino sin que éste terminara su cometido. Un forense y su ayudante se presentaron un cuarto de hora más tarde, y dejaron por escrito los resultados de sus exámenes: “La difunta yace sobre su lado izquierdo, su cara mira hacia la pared derecha. Sus piernas han sido separadas, y algunos miembros están todavía calientes. La mano derecha está abierta sobre el pecho y cubierta de sangre, y la izquierda está parcialmente cerrada sobre el suelo. El aspecto de la cara era bastante apacible, la boca ligeramente abierta. En el cuello hay una larga incisión que comienza sobre el lado izquierdo, 2 ½ pulgadas por debajo del ángulo de la mandíbula casi en línea recta, seccionando la traquea completamente en dos, y terminándose sobre el lado contrario…”



Fig. 4 Elizabeth Stride, la tercera víctima

Los testigos aseguraron haber visto por las cercanías a un hombre de unos 30 años, pelo y bigote negros, vestido con un abrigo negro y sombrero alto, que portaba un bulto parecido a un maletín como los que usaban los médicos. Pero mientras la policía investigaba la muerte de Elizabeth, a unas pocas calles de allí, otro guardia encontraba un nuevo cadáver.

Esta vez se trataba de Catherine Eddowes, prostituta y alcohólica. Era huérfana, y a los 16 años se había ido a vivir con un hombre con el que llegó a tener tres hijos. Los maltratos de su esposo la hicieron irse de la casa y buscar refugio en la calle. A Kate el asesino le había cortado su oreja derecha y los ovarios. Había sido degollada de izquierda a derecha, tenía el abdomen abierto y sus intestinos se encontraban en el suelo. Uno de sus riñones se hallaba desaparecido. Kate tenía varias heridas por todo el cuerpo. Sus miembros todavía estaban calientes, lo cual indicaba que la habían asesinado no más de media hora antes. Era evidente que el asesino, al no poder ensañarse con el cuerpo de Elizabeth a causa de una brusca interrupción, había salido a buscar una nueva víctima con la cual desquitarse.


Fig. 5 Catherine Eddowes, la cuarta víctima

En este caso se encontró en una pared un letrero escrito con tiza blanca que decía: NO HAY POR QUÉ CULPAR A LOS JUDIOS. El jefe de la policía, llamado sir Charles Warren, lo hizo borrar para no ocasionar represalias contra los judíos. Opinaba que aquella era una falsa pista dejada por el criminal tratando de culpabilizar a la comunidad judía. Este está considerado como otro de los detalles de impericia policial, al parecer tratando de hacer prevalecer criterios políticos sobre los estrictamente técnicos.

Ese mismo día 30 de septiembre, sir Charles Warren recibió otra carta firmada por Jack: “Mi querido jefe:… Gracias por haber retenido mi carta anterior hasta este momento, en que de nuevo me he echado a la calle para trabajar”.

Una tercera carta fue recibida por George Lusk, el Presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel. Junto a ella venía un paquete de pequeño tamaño que contenía una parte de riñón. Un fragmento de la carta decía: “Desde el Infierno, señor Lusk, le envío la mitad del riñón que tomé de una mujerzuela, y que conservé para usted después de freír el otro. Estaba muy bueno, de verdad”.

Existe otra posible carta que circuló en los diarios de la época y que contenía la siguiente cuarteta: “No tengo tiempo aún para deciros/ como me he convertido en un asesino./ Pero ya sabréis cuando llegue el momento/ que soy uno de los pilares de la sociedad.”

Otro de los supuestos poemas atribuidos a Jack y que aparecieron publicados por aquellos días en los periódicos, decía: “Seis prostitutas, contentas de vivir/ una topa con Jack y sólo quedan cinco/ cuatro y una prostituta riman muy bien, lo mismo que tres y yo./ Incendiaré la ciudad y sólo quedarán dos./ Jack The Ripper.”

Las misivas eran publicadas por los periódicos locales, haciendo estremecer de pánico a la opinión pública. Gracias a esto se creó un clima de agitación social y de acusaciones a la policía a causa de su impericia, falta de profesionalidad e incluso de ocultación de pruebas que, según se pensaba entonces (y se sigue pensando hoy) inculpaban a personalidades importantes del Gobierno. El caso, como es obvio, comenzó a tomar un cariz político.

La clara provocación de la que Jack hacía gala, hacía pensar que detrás de los asesinatos debía estar alguien suficientemente inteligente, por lo que comenzaron a descartarse a los alcohólicos clientes de las prostitutas. En el colmo de la impotencia, se manejaron hipótesis tan dispares como la de que el asesino debía ser un médico, un marinero, una comadrona, un cura, un policía, una ramera, un hombre poderoso e, incluso, un miembro de la realeza. Pero además, se manejó la ridícula teoría de que Jack no fuese más que un Hombre Invisible.

El 9 de noviembre de 1888, después de una calma agobiante, apareció el cadáver de Mary Jeannette Kelly, de 25 años, que, al igual que las víctimas anteriores, era una alcohólica que se dedicaba a la prostitución para mantenerse a ella y a su pareja, quien estaba en ese momento sin trabajo. Fue encontrada por el posadero en una habitación alquilada de la calle Miller´s Court, número 13, cuando subió para cobrarle el alquiler. Estaba tendida de espaldas sobre su lecho, completamente desnuda, con las orejas, la nariz y los senos arrancados. Su vientre fue abierto y las vísceras se hallaban repartidas por diferentes partes de la habitación. En una mesa cercana el asesino dejó los riñones. Faltaba la parte inferior del tronco y el útero. El corazón tampoco se encontró. El cuarto estaba cubierto de sangre, incluyendo las paredes. Tenía, además, la arteria carótida seccionada. En una de las paredes estaba claramente escrito FM.

Este asesinato fue claramente el más sangriento y espeluznante de todos. Incluso hay quienes han llegado a pensar que los anteriores crímenes en realidad se llevaron a cabo para restarle importancia a éste último, que era el verdadero objetivo desde el inicio del asesino. Lo cierto es que este asesinato terminó por crear un pánico absoluto, haciendo estallar episodios esporádicos de violencia entre la muchedumbre, mucho más cuando se supo que Mary vivía constantemente aterrorizada, temiendo un encuentro con Jack. La actividad policial fue desenfrenada. Se registró cada rincón de la ciudad. Todos los sospechosos eran detenidos e interrogados. Sin embargo, la policía fue fuertemente criticada, hasta el punto de que sir Charles Warren se vio obligado a presentar su dimisión a la Cámara de los Comunes el 12 de noviembre de 1888, entre los vítores y aplausos de la oposición. El inspector que investigaba directamente los asesinatos se retiró en 1892, el mismo año en que se cerró el caso.


Fig. 6 Mary Jeannette Kelly, la última víctima oficial de Jack el Destripador
Aunque se sospecha que hubo otro crimen perpetrado con posterioridad por Jack El Destripador (aunque esta vez fuera de Londres), lo cierto es que el asesinato de Mary Jeannette Kelly puso punto final a estos espantosos crímenes. Incluso las cartas y poemas cesaron junto con la última gota de sangre. Jack se convirtió, al decir de muchos, en una sombra.

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