Por MAYKEL REYES LEYVA
Cuenta
el Nuevo Testamento que cuando Jesús de Nazaret fue a nacer, una estrella se
les apareció a los tres Reyes Magos para llevarlos hacia el lugar del
nacimiento. Los célebres personajes bíblicos, montados en camellos, siguieron
la trayectoria de la estrella durante varios días con sus noches, seguros de
que la misma no era más que una señal de su dios Yavé para indicar el sitio
exacto donde nacería el Mesías. Aquella intensa luz, misteriosamente, no
desapareció ni una sola vez del cielo. Se mantuvo todo el tiempo frente a los
magos hasta que al final cumplió su cometido. Pero, ¿era realmente una
estrella?
Primero,
debemos tener en cuenta que todas las estrellas no son más que soles que se
hallan a buena distancia de la Tierra. Resulta absurdo pensar que uno de esos
soles haya podido acercarse a nuestro planeta, mucho menos a Belén. Pero es
más, si un Sol hubiese sido capaz de llegarse a nuestro Sistema Solar, el
desastre cósmico desencadenado hubiera sido de tal magnitud que en la
actualidad no estaríamos aquí para contarlo.
Teniendo
en cuenta que la estrella en cuestión apareció para guiar a los magos,
desapareció luego al llegar a la famosa ciudad de Jerusalén y reapareció un
poco más tarde para que los magos reemprendieran el viaje hacia la aldea de
Belén, no podemos afirmar que la estrella haya sido un cometa. ¿Por qué? Pues
porque los cometas se autodestruyen al penetrar en la atmósfera terrestre.
Además, en el caso de que éste en particular no hubiese entrado nunca a la
atmósfera de nuestro planeta, solamente su cercanía habría sido vista por otros
pueblos debido a su larga cola. Sin embargo, esto no aparece en los anales de
la Historia, como sí aparece el paso del archiconocido cometa Halley en el año
12 a. C., resultando todo un acontecimiento. Además, ningún cometa tiene la
facultad de detenerse justo sobre el lugar donde acababa de nacer el niño
Jesús.
Tampoco
sería lógico asegurar que la estrella de Belén era un meteoro, pues estos son
pequeñas partículas que al rozar la atmósfera crean unas estelas luminosas que
solemos denominar “estrellas fugaces” y que duran unas poquísimas fracciones de
segundos.
Diferente
resulta la caída de un meteorito, pues estos alcanzan a veces dimensiones de
varios metros. Si la estrella de Belén hubiese sido un meteorito, el desastre
se hubiera hecho sentir. Recordemos el famoso meteorito de Tunguska en 1908, o
el otro caído en 1947 en la Siberia Sudoriental, o el autor del cráter de
Arizona, que mide 1 250 metros de diámetro y más de 170 de profundidad. Además,
no olvidemos que los meteoritos son incapaces de mantener una trayectoria
horizontal y mucho menos detenerse sobre un establo.
Veamos
ahora la posibilidad de que la estrella que nos ocupa haya sido una nova o una
supernova. Las supernovas son estrellas que al sobrepasar cuatro veces la masa
normal de un Sol, aumentan rápidamente de tamaño (en cuestión de días),
aumentando además la intensidad de su luz, seguido de una veloz extinción.
Mientras que las novas son casi iguales a las anteriores, sólo que a una escala
mucho menor. La aparición de estos fenómenos astrofísicos es en extremo
inusual, sin contar con el hecho de que en nuestro Sistema Solar no hay (ni ha
habido) este tipo de estrellas.
Cuando
dos planetas se sitúan en el mismo grado de longitud está ocurriendo una
conjunción planetaria. En el instante en que esto ocurre, las esferas alineadas
parecen una estrella de gran luminosidad. ¿Pudo una conjunción de planetas ser
la estrella de Belén? El 17 de diciembre de 1603 el astrónomo y matemático Juan
Kepler observó la aproximación entre Saturno y Júpiter en la constelación de
Los Peces. Al calcular sus posiciones, Kepler descubrió que siglos antes estos
dos planetas también se habían dado cita, incluso unos pocos años antes del
nacimiento de Jesús. El primero fue el 29 de mayo del año 7 a. C. El segundo el
3 de octubre del mismo año y, por último, el 4 de diciembre también del año 7.
Pero, lo dicho, esta triple conjunción ocurrió siete años antes del nacimiento
del Mesías. Por otra parte, los Magos, quienes tenían conocimientos de
astrología y astronomía, debieron haber estado informados de este
acontecimiento, por lo cual no parece lógico pensar que hayan confundido este
hecho con la mística estrella. No olvidemos que el viaje de los Magos hacia
Jerusalén y luego hasta Belén debió durar meses y la conjunción de planetas
apenas duran, como máximo, varios días, siendo demasiado una semana. Pero la
famosa estrella se detuvo sobre el establo con el propósito de que los tres
magos no se confundieran con los demás establos que de seguro existían en la
aldea de Belén, mientras que la triple conjunción entre Saturno y Júpiter,
ocurrido siete años atrás, se llevó a cabo a millones de kilómetros de nuestro
planeta.
Por
último, un detalle que no podemos olvidar bajo ningún concepto. Todos los
testimonios históricos recogidos nos refieren que las caravanas de mercaderes,
los correos, los extranjeros y hasta las expediciones militares que circulaban
por aquellos tiempos, preferían avanzar durante el día para evitar así los
accidentes en el terreno, los salteadores, los ataques de los animales y un
sinfín de obstáculos que hacían peligrar la seguridad de cualquier viajero. Y
como ninguna estrella, cometa, meteoro, meteorito ni conjunción de planetas
puede ser avistado a pleno día, entonces, ¿qué era la estrella de Belén? ¿Acaso
un ovni?
Para
muchos investigadores del fenómeno ovni, la respuesta resulta clara. Opinan que
sólo una nave extraterrestre tripulada podría mantener un vuelo horizontal,
aparecer y desaparecer cuando quisiera, guiar a los Reyes Magos durante las
noches y los días, incluso detenerse sobre un establo y señalar el sitio exacto
donde nacería el niño Jesús.
Sin embargo, esta respuesta tampoco convence a muchos, dejándolos en una encrucijada. Si no era un ovni, entonces, ¿existió realmente la estrella de Belén?
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