Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

martes, 16 de junio de 2009

Lo que nos cuentan las leyendas

Por: Maykel Reyes Leyva


Es fácil percatarse cuando se leen los trabajos escritos por diversos autores que se han dado a la tarea de rescatar las antiguas leyendas de los diferentes pueblos y culturas, que apenas existe tribu del mundo que no se refiera en sus mitos, de un modo u otro, a la aparición de extraños vehículos aéreos. Muestra de ello son las denominadas Perlas Celestes que son mencionadas en los libros tibetanos Tantjua y Mantjua. Estas Perlas... no son más que máquinas volantes prehistóricas de las cuales se desconoce prácticamente todo, ya que su construcción es secreta. Celeste era el dios Ra, capaz de atravesar el cielo dentro de un disco llameante, semejante al utilizado por Horus, el hijo de Osiris, cuando descendió de los cielos. Se puede, además, mencionar el vehículo en el que llegó el llamado Okikurumi-Kamui quien, según la leyenda, descendió sobre la isla de Hokkaido (Japón) para traer a los descendientes de los ainús no sólo la sabiduría, sino también el culto al Sol y sendos conocimientos sobre la agricultura.

Una tribu de indios que vivía cerca de la legendaria Tiahuanaco o Ciudad de los Dioses, presenció la llegada de extraños y gigantescos visitantes que bajaron del cielo en aparatos volantes que los indígenas se empeñaron en llamar huevos de cóndor.

Una tradición Suramericana, en la región de Akakor, aseguraba que los dioses que cierta vez habían partido de regreso a casa, prometieron efectuar una segunda visita. Mitos recogidos en la misma región mencionan al diluvio, señalando que después de éste aparecieron las naves en el firmamento. Cuentan que los primeros Señores regresaban, tal y como lo habían prometido.

Otra leyenda que suele llamar la atención de los investigadores es la de los maoríes de Nueva Zelandia, quienes aseguran que seres provenientes del cielo descendieron en su tierra para mezclar su raza con la de los hombres. Luego, los visitantes celestes regresaron utilizando desde escaleras interminables hasta dragones y pájaros. Lo sorprendente de esta historia es que siempre, a la hora de partir, una anciana comenzaba a lanzar papas al fuego mientras susurraba: “... Nueve... ocho... siete... seis... cinco... cuatro... tres... dos... uno...”, y todos los que habitamos este planeta y hemos nacido en la Era Espacial sabemos el significado de semejante conteo regresivo.

Curiosamente, el hecho de que estos seres se valieran de escaleras para regresar a su lugar de origen, me hizo recordar cierto pasaje bíblico que textualmente dice así: “Y (Jacob) soñó, y he aquí una escalera cuya base estaba en la tierra, y su cima tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y bajaban por ella”. (Génesis, 28; 12). Cabría preguntarse, después de conocer la leyenda de los maoríes si Jacob estaba soñando realmente o si no creyó que soñaba ante una visión de esta índole.

Según los japoneses, la diosa Amaterasu hizo que su nieto Ninigi trajera desde las estrellas un espejo metálico, una espada aún conservada en el templo de Astuta y varias cuentas de piedras que se mantienen en el palacio imperial de Tokio. Ninigi, según nos hace saber la leyenda, aterrizó en la isla de Kyshu y su nieto, nombrado Jimmu Tenno, asumió el poder del imperio por el lejano año 660 a.n.e.

Francisco M. Mota hace referencia en su libro La Atlántida a la posibilidad de que los atlantes (aquella supuesta civilización de hace más de diez mil años y que desapareció bajo las aguas del mar) poseían naves voladoras capaces de elevarse a baja altura. La energía la obtenían de los gérmenes vitales de las plantas y el agua potable parecía ser la fuerza energética que se utilizaba con mayor frecuencia, ya que era una de las riquezas más abundantes de la Atlántida.

Una de las leyendas que se refiere a los atlantes cuenta que los mismos lograron escapar hacia Venus en una especie de Arca de Noé, luego de notar los primeros síntomas del próximo cataclismo.

Una antigua leyenda tibetana menciona la existencia de la piedra Chintamani, que fue traída a la Tierra nada más y nada menos desde la constelación de Orión. ¿Cómo ocurrió esto? La leyenda señala la época de este suceso: exactamente en el siglo IX a.n.e. El caballo alado Lung-ta, quien era capaz de cruzar el Universo (quizás un símbolo de la nave espacial) trajo una caja en cuyo interior se hallaban cuatro objetos sagrados, entre los cuales estaba Chintamani.

El ruso E. Andreeva, en su artículo titulado “¿Existen los conocimientos esotéricos?”, hace mención a esta misteriosa piedra, dando a conocer que el material con el que está constituida procede de un mundo extraño y que su radiación ejerce una fuerte influencia síquica. Desde su llegada a este planeta, la mayor parte de Chintamani se encuentra en la Torre de Shambala, legendario claustro de los sabios Mahatmas en el Himalaya. Chintamani puede presagiar acontecimientos futuros, incluso, de cuando en cuando, unos pequeños pedazos de la piedra son trasladados hacia determinados puntos del globo terráqueo, fundamentalmente en el momento justo de iniciarse una nueva era o cuando en este punto debe florecer un nuevo centro de civilización. Misteriosamente, estos pedazos se comunican mediante algún tipo de energía desconocida con Chintamani, que se halla en la Torre de Shambala, y pueden transmitir y recibir informaciones. Los Mahatmas, los celosos guardianes de esta enigmática piedra, poseen energía síquica, acompañada por otras energías que aún se desconocen. Estas energías son las que hacen de Shambala un territorio invisible y, por lo tanto, inaccesible.

Si lo que nos cuentan las leyendas es cierto, es decir, si seres provenientes del espacio regresaron a su lugar de origen utilizando extraños medios para elevarse en el aire, si el sueño de Jacob en el capítulo Génesis no hubiese sido un sueño, si los atlantes hubiesen escapado realmente en un vehículo volante en dirección a Venus, si la piedra Chintamani fue traída desde la constelación de Orión, si los legendarios visitantes que poblaron la antigua Ciudad de los Dioses bajaron del cielo en “huevos de cóndor”, si todo esto fuera cierto, ¿sería una prueba de que los hombres del pasado conocían la existencia de artefactos voladores?

No hay comentarios: