Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

martes, 16 de junio de 2009

Manuel Cofiño: Espejo de su tiempo

Por MAYKEL REYES LEYVA


Cierta vez confesó que no le interesaba el arte por el arte, ni la literatura que niega la realidad, sino la que la enfrenta y la muestra. La narrativa creada por Manuel Cofiño López se semeja a eso: a un espejo que devuelve la imagen de una realidad nueva y esperanzadora. Tal vez por eso, más de 20 años después de su muerte, su nombre perdura y vibra dentro de las letras cubanas.

Nació en La Habana, el 16 de febrero de 1936. Nadie imaginaba entonces que sería uno de los escritores del país más leído y traducido a otros idiomas, llegando a convertirse en el mayor exponente del realismo socialista en la Isla. De pequeño, cursó la primaria y el bachillerato en la misma provincia que lo vio nacer. Luego del triunfo de la Revolución (el Primero de Enero de 1959), trabajó como profesor de Español y Economía Política, alternando también con el oficio de investigador y redactor de textos para el Ministerio de Industrias. Fue jefe de la cátedra de Ciencias Sociales y vicedirector docente del Instituto Preuniversitario de La Habana, entre los años 1962 y 1966. Además, impartió clases de Ciencias Sociales en el ISE.

Manuel Cofiño se destacaba por su agudeza visual. Captaba con increíble rapidez los cambios que la Revolución generaba a su alrededor, y fueron precisamente estos cambios los que le permitieron escribir sobre la realidad cubana de su tiempo. Asistió como delegado del Ministerio de Justicia al Congreso Cultural de La Habana, en 1968. Su visión generalizadora le permitió colaborar con publicaciones como El País Gráfico, Prensa Libre, Bohemia, Revolución, Verde Olivo, El Mundo, La Gaceta de Cuba, Romances, Mujeres, Casa de las Américas, Con la Guardia en Alto, Unión, El Caimán Barbudo, Cuba, Papeles de Son Armadans (de Palma de Mallorca), Ahora (de Santiago de Chile), y Tribuna (de Rumania). Mientras, tuvo la oportunidad de visitar países como España y Estados Unidos.

Sus obras, a pesar de ser pocas, fueron de una contundencia aplastante. Su libro de poemas Borrasca fue publicado en 1962. En 1969 publicó Tiempo de cambio y el libro de cuentos Un informe adventicio, a la que le siguió la novela, en 1971, La última mujer y el próximo combate, Premio Casa de las Américas, quizás su obra más significativa, traducida a más de 25 idiomas y en la que el propio Cofiño reconoció la influencia de Ernest Hemingway, William Faulkner y John Dos Passos. También en 1971 apareció su libro Los besos duermen en la piedra. En 1975, publicó su novela Cuando la sangre se parece al fuego, traducida con posterioridad al eslovaco, al rumano, al ruso y al inglés. Un año después salió a la luz su libro de cuentos: Y un día el sol es juez, seguido en 1979 por Un pedazo de mar y una ventana.

En La última mujer y el próximo combate, junto a Cuando la sangre se parece al fuego, los personajes viven obsesionados con el tiempo, el recuerdo, el olvido, el pasado, la muerte y la memoria, algo que terminó por convertirse en una constante de su obra.

Sus lauros tampoco fueron pocos. Meditaciones y argumentos del transeúnte obtuvo, en 1969, Mención en el Concurso David de Poesía. Tiempo de cambio fue galardonado con el premio de Cuento del Concurso 26 de Julio, de las FAR. También ganó, en 1972, el premio de Cuento en el Concurso Infantil La Edad de Oro, por Las viejitas de las sombrillas. En el Concurso UNEAC, de 1975, mereció mención por la novela Cuando la sangre se parece al fuego.


Los cuentos de Manuel Cofiño se caracterizaron en su mayoría por tener el nombre de una mujer como titulo: Alejandra, Armanda, Iris, Mirna… Y es que, precisamente, los personajes más sobresalientes de este autor eran femeninos. Él mismo admitió que con la Revolución cubana, la mujer había experimentado una liberación más profunda que el hombre, pues había dejado de ser dependiente económicamente para incorporarse al trabajo y al estudio. De hecho, sus relatos son, todavía hoy, un fiel testimonio del período de transición de la Cuba revolucionaria.

Los principios teóricos del realismo socialista en los que Cofiño se basó para escribir sus obras, resultan interesantes si se quiere entender además a todos aquellos narradores que abogaron por esa corriente literaria. El héroe (o la heroína) debía resumir en su trayectoria vital el compromiso del individuo con el proceso revolucionario que se gestaba en el país, con una marcada relación dialéctica entre individuo y sociedad. También era importante caracterizar a los personajes siguiendo el método realista, sin excluir los conflictos propios del mundo exterior y enfatizando aquellos que se afrontan en el contexto. Además, el lenguaje y la estructura debían posibilitar un mayor acceso a la comprensión de la obra. Para ello resultaba fundamental un sobrio manejo de los recursos expresivos sin pretensiones experimentalistas.

La obra de Manuel Cofiño reflejaba su pensamiento revolucionario: la literatura debía estar al servicio del hombre, de sus aspiraciones, de sus sueños y luchas. Sus libros plasmaban las cuestiones fundamentales que afectan al ser humano, pero su propia vida nunca estuvo desligada de sus principios socialistas. Por ello, fue vicepresidente de la sección de Literatura de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Fue merecedor de diversas condecoraciones otorgadas por el Estado cubano y otros países, entre las que destacan la Distinción por la Cultura Nacional y el titulo de Doctor Honoris Causa de la Universidad “Simón Bolívar” de Colombia.

Cofiño poseía el talento suficiente para extraer de los estratos sociales que lo rodeaban, todo aquello que pudiera servir para hacer de su literatura una obra viva, actualizada, amena, con un lenguaje para nada rebuscado y un ritmo rápido que terminaría por marcar su estilo narrativo.

Manuel Cofiño decía: “Toda mi obra tiene una base factual. La realidad me sirve como trampolín para hacer una nueva realidad artística.” Solía afirmar además: “Mis personajes son mis contemporáneos, suben al ómnibus conmigo, caminamos juntos. Ellos me acompañan siempre.”

Su muerte, acaecida el 8 de abril de 1987, cuando apenas contaba con 51 años de edad, dejó en la literatura cubana un agujero inmenso que nunca se ha podido cerrar.

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